viernes, 24 de diciembre de 2021

White Christmas

El árbol de navidad destella impaciente, los olores que emanan de la cocina portan tiernas promesas para el paladar, la presumida mesa del salón exhibe la reluciente vajilla de los grandes momentos. Y mientras tanto, toda la familia desliza sus voces por cada estancia, en ese maravilloso ceremonial de confusión que precede a una de las grandes noches del año que se extingue. Mis pensamientos, mientras tanto, vagan, como siempre me ocurre por estas fechas, buscando esas grietas del pasado por las que introducirse. Todas las navidades me regalo a mí mismo algún objeto relacionado con la infancia, un año fue un fuerte del oeste de madera, este año ha sido la colección completa, en un asombroso estado de conservación,  de un famoso personaje enmascarado del comic español. Cuando llegó el voluminoso paquete a mi casa, me sentí defraudado conmigo mismo, al no sentir las emociones que en otros tiempos, que parecen lejanos, habrían despertado intensas dentro de mí, solo con soñar con tener todos aquellos ejemplares, entre mis manos.

Hay emociones, sin embargo, que son perpetuas, concentrada en esa cena familiar que caracteriza esta noche universal. Alrededor de ella, se concentran los sentimientos, los sueños, los deseos que emanan de cada uno de los días de nuestras vidas y que en una noche como la de hoy, se reconcilian. Quieren recordándonos que vivir consiste en abrir nuestra sensibilidad a todos los momentos, siempre únicos, irrepetibles, que se nos presentan a la vuelta de la esquina y que cobran significado si nuestra mirada es cristalina, desprovista de prejuicios. Justo la mirada que tenemos en la infancia y que los años, como nos recordaba Corneille, insisten en arrebatar. Es muy conveniente recordar que, si bien Chronos hace su trabajo, nosotros somos, definitivamente, los que moldeamos nuestras vidas, dueños de nuestras acciones, reyes de nosotros mismos. Somos los únicos responsables, en el fondo, de nuestras propias decisiones. 

Hace escasos días, el teléfono me devolvió una voz que yo nunca había olvidado, a pesar de los años transcurridos: un amigo de la infancia, de los primeros años de mi vida, había logrado localizarme. Dentro de unos días, tendremos un reencuentro junto a otros niños que caracterizaron aquellos tiempos en los que la calle era aquel espacio infinito, desbordante de aventuras, donde todo era posible. A través del WhatsApp, ya hemos cruzado incontables fotografías y si bien se evidencia que, de nuevo, el dios del tiempo no ha cesado en su actividad, las miradas de esos amigos entrañables conservan el brillo de aquella infancia luminosa que estos días estamos rememorando virtualmente. La huella de la infancia nos acompaña toda nuestra vida, como nos recordaba Graham Greene. No hemos hablado de nuestras vidas, quizás porque es más importante ese pasado, que compartimos con todos nuestros sentidos puestos en aquellas tardes en las que corríamos como una exhalación buscando constantemente aventuras, que cualquier elemento del presente. Ardo en deseos de que llegue el día del encuentro y podamos reavivar tantos y tantos recuerdos, por más que inevitablemente, tenga curiosidad por saber qué decisiones han tomado todos ellos, durante estas décadas, a partir del momento que nuestras existencias se separaron: en mi caso, al mudarse mi familia a otro barrio: nuevos amigos, nuevas experiencias, el comienzo de otra vida.

En apenas una hora, la comida estará servida y parte de la familia estaremos compartiendo esas maravillosas viandas que deben estar presentes en una mesa la noche del 24 de diciembre. Brindaremos por todos nosotros y compartiremos sensaciones que no son necesarias hacer explícitas: basta con mirarse a los ojos. Felices fiestas a todos/as. 

lunes, 6 de diciembre de 2021

Senderos y juglares


Precioso poema de Cristina Rossetti: Entre las hojas del sauce respiraba el viento, el rumor trucó el gemido, languideció el mundo murmurando como algo afligido y luego me sentí sola. Si bien, con frecuencia, el mundo es reflejo del estado de ánimo que nos envuelve, sin embargo, no faltan ocasiones en las que un bosque, un jardín, un atardecer bañado de tonalidades rojizas, los rayos del sol colándose entre las rendijas de la persiana y los corpúsculos de polvo revoloteando a contraluz, propician una metamorfosis instantánea del alma, a modo de revelación, exigiendo de nosotros un viaje liberador, al encuentro de todo aquello que nos hace sentir libres y queridos. Un viaje que comienza justamente cuando, embargados de emociones, cerramos los ojos y comenzamos a sentir que una cascada de sensaciones empapa nuestro cuerpo, filtrándose por cada poro a todos los rincones de nuestro espíritu. 

Así que cierro los míos, tras contemplar la lluvia tras los cristales: sumido en las ardientes oscuridades de mi subconsciente, espero expectante, hasta que el sonido de un chasquido deja paso a una luz intensa, que me ciega por unos instantes hasta que comienzo a vislumbrar los verdes pinos, cada uno de ellos santuario en el que reposan recuerdos primigenios del mundo y deidades olvidadas, que susurran mi nombre. Siento tentaciones de apartarme de aquel camino en el que crujen bajo mis pies piñones y hojas secas y adentrarme por un sendero franqueado por hileras de cipreses que me acompañan por esos paisajes de la Toscana surcados de suaves colinas y viñedos, de esos pueblos medievales en los que el tiempo se detuvo. Más allá, un juglar que se me acerca sonriente.

- Elegid, señor, el género que más os guste: sátira, lírica, quizás pueda ser de vuestro agrado alguna gesta épica. Soy un Cazurro, de entre tantos, pero me esmeraré en declamar para vos la canción más romántica y otoñal, porque algo me dice que sois un soñador... - exclama aquel hombrecillo, sin dejar de hacer malabarismos con las borlas de su colorido gorro. Me limito a asentir y enseguida, unos bellos versos acompañados del laúd, se deslizan por el paisaje, cantados admirablemente por Cardillo, nombre con el que finaliza su presentación aquel simpático poeta de los caminos y los pueblos. 


A todos conforta el sol,
puro y delicado;
Nuevo y radiante es el rostro
del mundo en abril;
hacia el amor se apresura
el corazón del hombre,
y sobre la felicidad
reina el dios de la juventud.

Cuántas novedades
en la fiesta de la primavera,
Y su autoridad
nos ordena gozar;
recorrer caminos conocidos,
y en tu propia primavera.
Quien ama como yo, 
está girando en la rueda de la fortuna.

 
Reconfortado con aquellos versos, sigo recorriendo otras veredas, otros lugares, abundantes paisajes que parecen disputarse entre sí la belleza que irradian los más brillantes amaneceres; los más románticos atardeceres, los paraísos más increíbles que se dibujan en el horizonte. Cuando la fatiga me vence, me siento bajo un árbol anciano que enseguida conversa conmigo: 

- En mí hay escondido un núcleo, una luz, un pensamiento. Soy vida de la vida eterna. Único es el propósito y el experimento que la madre eterna ha hecho conmigo. Únicos son mi forma y los pliegues de mi piel, así como único es el más humilde juego de hojas de mis ramas y la más pequeña herida de mi corteza. Fui hecho para formar y revelar lo eterno en mis más pequeñas marcas... - Hesse, el nombre de aquel árbol milenario, me acuna entre susurros que surgen de sus raíces, adormeciéndome. 

Y es entonces cuando despierto, plácidamente, con anhelo de regresar a cualquiera de aquellos senderos que se bifurcan y que aún me quedan por recorrer. La leña cruje en la chimenea, en este día soleado de diciembre y me pregunto a mí mismo por qué tanto esfuerzo en crear arte si es más bello soñar con él.

sábado, 27 de noviembre de 2021

Sinfonía de la ciudad


Retazos de conversaciones se solapan, la mayoría surgidas de transeúntes parapetados tras sus smartphones, derivando su ámbito privado al público, sin pudor. Es el ruido matinal de cualquier ciudad, mezclado con otros muchos, a modo de obertura de esa sinfonía de la gran urbe, en crescendo, por todos conocida, a la que se añaden los sonidos de los motores de los vehículos, las pisadas, las carretillas, la campana de la iglesia, la confusión de voces altas y desentonadas, ese viaje sonoro que nos recuerda que las calles están vivas, rebosantes de ajetreo en todas esas rutinas diarias que caracterizan nuestras vidas. Contemplar y escuchar los sonidos de una ciudad requiere convertirse en figurante de ese gran escenario de la vida, que recorremos a diario.

Alguna que otra vez, me asaltan tentaciones recurrentes, que siempre dejo a un lado: sortear el destino al que se dirigen mis pasos y seguir andando, recorrer las calles, las plazas, dejar fluir el tiempo sin rumbo fijo, simplemente disfrutando de ese ruido tan musical, mezcla de ajetreo, de agitación y trajín de tantas personas que cruzan entre sí momentos de sus existencias, tan distintas entre sí, pero al mismo tiempo tan análogas: se trata de vivir, al fin y al cabo, en esta realidad que nos hemos inventado y que paradójicamente, nos gusta bien poco, dado que las sonrisas matinales que se perciben son muy escasas. La rutina nos aleja de nuestros sueños y un hombre que no se alimenta de sus sueños envejece pronto, sabia frase de Shakespeare. Envejecemos, en definitiva, soportando la pesada carga de costumbres, hábitos, e inercias que reiteramos, sin ser conscientes de ello, hasta la saciedad. Difícil que en esa abarrotada mochila encuentren un hueco todos esos sueños, ilusiones y proyectos que crecen en nuestro interior y que tendemos, en el peor de los casos, a olvidar, demasiado ocupados, a diario, en marcar disciplinadamente el paso marcial de la oca que la vida parece exigirnos, cada mañana.

Podría jurar que recuerdo nítidamente ese día que, frente al espejo, cuando aún quizás gateaba, tuve conciencia de mí mismo. O no, quizás sea una imagen recreada por mi fantasía. Pero sí que me veo a mí mismo, pre adolescente, en plena forma física, encima de una bicicleta, dueño del tiempo, dueño del mundo. En cada golpe de pedal, posiblemente camino de cualquier playa, desprendía emociones intensas, concentradas en cada uno de mis poros, gozando de esa sensación de inmortalidad ante un futuro que se me antojaba como eterno. Todo estaba por llegar y el presente, con todos sus tópicos, era luminoso: los estudios, los amigos, los primeros amores, el propio universo que parecía que podía sostener entre mis manos. Todos mis sentidos estaban al servicio de una sensibilidad intensa, llave de todas las puertas que se me abrían cada día, al despertar. Me sentía dueño exclusivo de mis acciones, de mi destino, sobre todo dueño de mí mismo para materializar mis sueños. Han pasado los años, las décadas y no estoy seguro de haber conseguido todos mis propósitos, que posiblemente nunca llegué a saber cuáles eran realmente, pero estoy seguro de que, en mayor o menor medida, el mundo interior y desbordante de emociones de aquel joven sigue dentro de mí, porque siempre camina a mi lado, recordándome, entre susurros, quién soy. Así podría jurarlo, aunque quizás, de nuevo, lo esté imaginando. 

Y de nuevo, estoy en la calle, escuchando la sinfonía de la vida que surge de todos los rincones de esta ciudad, que como cualquiera otra, anhela convertirse en una ópera bien nutrida de bajos, barítonos, tenores, contratenores, contraltos, mezzosoprano y sopranos. Podemos decidir o no cantar: si comenzamos a entonar, que nuestras voces sean reflejo de ese maravilloso universo sensitivo que todos atesoramos en nuestro interior, recuperando ese vendaval de sensaciones que anidan en nuestra memoria sentimental. Sintámonos, de nuevo, como poetas que escribimos nuestro primer verso.

domingo, 14 de noviembre de 2021

Exterminios


Terrible, la visión de la película Quo Vadis, Aida? (2020), de Jasmila Zbanic, recordándonos los detalles más intolerables del genocidio de Srebrenica en el año 1995, donde fueron asesinados al menos 8000 bosnios musulmanes durante aquella guerra sustentada en meras razones de etnia. Los monstruos con apariencia humana que masacran sin piedad a todas estas personas no se limitan a nombres conocidos como Radovan Karadzic y el sanguinario Ratko Mladić: cabe extender estos crímenes contra la humanidad a todo el ejército serbio al mando de este último y paralelamente a las personas de la ONU y la OTAN que no hicieron absolutamente nada por impedir el descarnado exterminio, imparable, de esos miles de personas. 

El coronel de los Cascos Azules Thomas Karremans está retratado en la película como un inútil absoluto, insensible por completo a aquel exterminio, a la suerte de las personas a las que debió proteger, críticas extensibles al resto de militares bajo el mando de este, todo ello en connivencia con el ejército serbio y en consecuencia, al mismo nivel que Karadzic y Mladić. Ninguno de los tres admitieron posteriormente responsabilidad alguna, ni siquiera en el ámbito moral. Karremans vivió en Madrid, en una suerte de exilio forzado, tras abandonar la vida militar y su país, Holanda, trasladando toda la responsabilidad de sus execrables acciones a la ONU, mientras que los dos serbios fueron condenados, tras no pocas dificultades para detenerlos, a cadenas perpetuas por genocidio, crímenes contra la humanidad y por infracciones graves a la convención de Ginebra, entre otros cargos. Ninguno de ellos mostró nunca el menor arrepentimiento, siempre apoyados por una parte de la ciudadanía de su país que los siguen considerando, a día de hoy, héroes de la causa étnica o nacionalista. 

Una película magistral, muy necesaria, para refrescarnos la memoria, volviendo a poner nombres y apellidos a individuos que son responsables de crímenes de lesa humanidad y que representan, por sí mismos, lo peor de la atrocidad de la especie humana en cualquier conflagración bélica: la población civil, absolutamente inocente y ajena a cuestiones absurdas como los conflictos políticos, económicos y en este caso de etnia, siempre son los que pagan las consecuencias, con sus vidas. La historia insiste en repetirse, a lo largo de los siglos, quizás porque tendemos a cerrar los ojos muy rápidamente, invadiéndonos la ceguera y una amnesia colectiva irremediable. Al menos, hasta la siguiente guerra, el siguiente genocidio, la próxima exhibición de la crueldad infinita del hombre para con el hombre.

Me temo que no tenemos remedio, salvo que generaciones posteriores, muy formadas, capaces de entenderse en un marco democrático de convivencia, cambien el mundo, es de esperar que antes que lo destruyamos nosotros mismos, vaticinio constante y pesimista de toda la literatura de ciencia ficción. Problemas de la inteligencia, como enunció Carl Sagan: la especie humana está condenada a extinguirse a ella misma. También, cabe recordar, es autor de la siguiente frase: "En el mundo de la ciencia muchas veces se escuchan a científicos decir "mi teoría estaba equivocada" (...) Sin embargo, no recuerdo la última vez que un político o religioso dijese lo mismo", que en el fondo es reiterar la primera. 

Pero ay, es domingo. El peor día para reflexiones de este tipo, por más que probablemente, debemos pensar con bastante más frecuencia que el mundo que hoy conocemos necesita mucho más mimo que el que le profesamos, a diario, sin trasladar toda la responsabilidad y trabajo a Greta Thunberg y otros muchos más héroes anónimos que claman contra políticos tan insensibles como aún más sordos para que el cambio climático no se vuelva, definitivamente, contra la propia humanidad. Y aquí finalizo: un paseo para estirar las piernas me está esperando y anhelo reencontrar, en su recorrido, tras varios días de gripe, uno de esos aún conservados espacios verdes en el que dejar que mis neuronas se relajen mínimamente, que mañana, cabe recordar, es lunes. 


domingo, 24 de octubre de 2021

Inquietante bienestar


Mala señal que la entrada anterior a esta tenga fecha de 5 de septiembre. Demasiados días en los que ritmo del tiempo, similar a una estampida, se ha negado a mostrar grietas o  fisuras por las que tomar aliento. Por el contrario, como un esclavo galeote,  me he debido resignar a mi suerte y a seguir remando, no sé si con el brío debido, pero cuanto menos forzando mi entusiasmo ante todos esos pormenores vitales, pero sobre todo profesionales, que un metafórico cómitre, el encargado del ritmo de boga mediante golpes de tambor, ha ido marcando, fustigando con latigazos el devenir de las horas. Sí, confieso que pueden parecer sensaciones exageradas, prototípicas de buen andaluz, pero que levante la mano aquella persona que no haya tenido, ni una sola vez en su vida, impresiones análogas.

¿Tienen los galeotes, a pesar de todo, momentos de esparcimiento? Si, aunque sean esporádicos. Recientemente, pude asistir a un maravilloso concierto, recuperando tradiciones, tras tantos meses de condiciones sanitarias adversas, en el ámbito social, que parecían tan lejanas. Los nuevos audífonos, de última generación, han obrado el milagro que me ha permitido reconciliarme con cada uno de los instrumentos de la orquesta. Todo ello, junto a un buen plato de callos picantes por allí, unos churros con chocolate por acá, unos deslumbrantes atardeceres en la orilla del mar por acullá, en días sucesivos, me han permitido, cuanto menos, respirar con el mismo anhelo que aquellos buceadores buscando trepang (libro maravilloso de Salgari) emergiendo a la superficie. 

En el refugio de mi cama, la lectura de Steve Canyon, de Milton Caniff, en versión digital, me introduce cada noche, sutilmente, en los territorios de Morfeo. Esas aventuras, donde los malos son villanos de manual y los buenos héroes intachables, me hacen recuperar esa ingenuidad infantil que aún no había descubierto que la realidad cotidiana es una confusa mezcla de muchas  luces y aún más sombras, con un problema irresoluble de tránsito entre ambas: cada vez difícil distinguir una zona de otra, tan complejas en todos los ámbitos son las sociedades modernas, en las que todos y todas nos sentimos paladines de la humanidad, asesorando el mejor concepto de nosotros mismos. Nadie puede dudar de mi honorabilidad, expresaba recientemente un individuo con condena firme por delitos graves de corrupción, prevaricación, malversación.  

Nunca logro recordar mis sueños, salvo algunas escenas desfragmentadas que se difuminan rápidamente en mi memoria. Me gustaría saber todo aquello que se fragua en mi subconsciente, cada noche. O quizás no, pensándolo mejor:  bastante tenemos con el consciente, imitando la voracidad de Saturno, en el famoso cuadro de Goya. Pero a pesar de todo, hoy es domingo: paella familiar, duermevela con película, merienda con bizcocho casero y un  alto en las neuronas. Mañana, que parece muy lejana aún, será otro día, como clamaba Scarlett O'Hara en la famosa película. 


       

domingo, 5 de septiembre de 2021

Dar cera, pulir cera


Es conocido que el fin de las vacaciones suele estar marcado por una suerte de jet lag que nos atosiga, al menos en los primeros días laborales, recordándonos cruelmente que el descanso estival, simplemente, ha finalizado. Qué se le va a hacer, frase hecha que hasta no hace mucho se empleaba constantemente, descriptiva de una inevitable resignación frente a hechos que no admiten discusión, nos gusten o no. En mi caso, compartiendo destino con la inmensa mayoría de la ciudadanía, incluso bastante antes del 1 de septiembre, ya estaba reencontrándome con mis quehaceres profesionales y configurando, consciente o inconscientemente, esa muy dilatada lista de obligaciones que marcarán, espero que en compás armónico, el ritmo diario laboral de cada día.

Transcurridos los tres primeros días de inmersión profesional, con objeto de no rozar siquiera esas visibles oscuridades, muy bien descritas por William Styron, he logrado sobrevivir a impulsos constantes. Es recomendable afrontar todas las facetas de la vida, incluida sin duda la profesional, desde esa serenidad que genera o debería generar el simple hecho de creer en nosotros mismos, como artífices de nuestro propio destino. Basta, antes de tomar cualquier decisión, analizar detenidamente la misma antes de dejarnos llevar por ese impulso tan característico de este siglo XXI, que no es otro que esa suerte de arrebatamiento súbito: nos dejamos llevar por las primeras sensaciones ante cualquier cuestión, convirtiéndonos en esclavos de estas, sobre todo las que se derivan de estados anímicos que, por cualquier circunstancia, acaban obsesionándonos.

Lo importante no son los problemas, son las soluciones, rehuyendo ese solucionismo criticado por Evgeny Mozarov, esto es, esa “preocupación poco saludable de encontrar soluciones atractivas, monumentales y de mentalidad estrecha a problemas por demás complejos, fluidos y polémicos”. Si así procedemos podemos estar celebrando victorias, todos desmemoriados del objetivo que pretendíamos conseguir. Por el contrario, hay que afrontar los inconvenientes de partida en su justa dimensión, ni más ni menos. Y lo primero es compartir ese problema con las personas que de un modo u otro son parte del mismo, antes de sacar falsas conclusiones y proponer soluciones que, carentes de sentido, acaban por corromper incluso el sentido común. Hablar, es evidente, significa escuchar, aparte de oír y nada mejor que reconocer, en esos consensos, posibles errores si así se detectan, sobre todo los propios. No parece difícil, pero volvemos al siglo XXI: tendencia al orgullo, incluso al oportunismo que todos tenemos, puesto que estamos contaminados, impregnados de este sistema abundante en actores individuales y colectivos que nos hace huir hacia delante, incapaces, con suma frecuencia, de reconocer que nos hemos equivocado.

En fin, sea como fuere, nosotros somos el problema, como así ha sido siempre. Construimos una realidad, en interacción diaria, que interpretamos subjetivamente y de manera dispar, según puntos de vista, todos variopintos. Lograr convergencias es una necesidad esencial en cualquier organización, pues nada peor que una disparidad diaria de opiniones para amenazar incluso su mera supervivencia. Para que ello no ocurra, hablemos y sigamos hablando, hasta lograr entendernos. Hay sitio para todos y en caso contrario, nada mejor que hacer espacio tirando por la ventana, sin romper cristales, todo aquello que es inútil, pero que hemos guardado bajo el síndrome de Diógenes. Dar cera, pulir cera, a todas las circunstancias de nuestras vidas, cabe recordar, que citaba constantemente el actor Ralph Macchio en la famosa película.

sábado, 21 de agosto de 2021

30/10/1938


30 de octubre de 1938. Hasta allá donde alcanza la vista, los cadáveres se amontonan. En su desgastada mochila solamente hay sueños disfrazados de proyectos: el infinito en sus manos, el cuerpo y la mente en feliz simbiosis, cualquier camino es bueno para ser recorrido. El muchacho, que aún está lejos de ser un hombre, imagina que recorre las calles de su pueblo, inmerso en estos pensamientos y siente que la emoción recorre sus poros, recordando una vida que le han arrebatado, unos y otros. En esa vida recorre una calle, compra el pan, pasea por la era en la que su padre mima a esos vegetales que saben a gloria, toma plácidamente un vino joven en la taberna, sin dejar de dar caladas a su caldo de gallina y prosigue plácidamente su paseo. Cerrando de vez en cuando los ojos, se recrea en esa sensación indefinida que suele recorrer su espina dorsal, sintiendo el recuerdo de ese bienestar de los tiempos muertos de aquellos días.

Se siente inmensamente vivo cuando ante él se despliegan todos esos minutos que desaparecen como pompas de jabón, pero que no dejan de susurrar sugerencias a su dueño para que sean vividos con intensidad. El hombre agarra con delicadeza uno de ellos y mira en su interior: unos esplendorosos olivos, cargados de aceitunas. Reconfortado y curioso, observa el interior de otro minuto y descubre que dentro de él parece esconderse una puesta de sol en otoño. Cada instante esconde un pequeño tesoro, un fragmento irrepetible de su propia vida que, asomando por unos instantes ante sus ojos, se extingue sutilmente para dejar paso a otras tantas vivencias que inmediatamente, se transforman en recuerdos.

30 de octubre de 1938.  Sus oídos están ensordecidos por el bombardeo de todas aquellas baterías y aviones que no han dejado de despedazar cuerpos durante aquellos meses infernales. Lástima, aquella Sierra, cubierta de sangre y cenizas. Y de ese río, abundante de cadáveres. El mismo río de aguas cristalinas, frías como el hielo, que animaba los veranos de su infancia. Entre aquellos pastos, hayedos y robledales, los chicos perseguían a las chicas, mientras que las cercetas y garzas levantaban el vuelo, con cada pareja que se revolcaba en el suelo. Con su tirachinas, escondido en cualquier soto de la ribera, era capaz de acertar en pleno vuelo a cualquier pájaro que se le pusiera por delante, pero también certeramente en la cabeza de Félix, Alfredo, Nicolás, Joaquín, de tantos amigos que había dejado atrás, sin saber por qué. No comprendía que hacía allí, fusil en mano, temblando de miedo. ¿Por qué tenía que dar su vida, como tantos otros, en aquella guerra absurda que le había despojado de todo su pasado, condenando su futuro a ser alcanzado, irremediablemente, por una bala o un obús, en cualquier momento?  Mejor eso que ser atravesado con una bayoneta, una imagen de sí mismo que le resultaba insoportable y frase recurrente entre los soldados.

Si nada hubiera pasado, preguntándose que había podido pasar, para acabar sus días en aquel matadero, a esas horas del amanecer, estaría desayunando con su padre unas buenas rebanadas de pan con lomo en manteca: el campo consumía todas sus energías, que volverían a recuperar justo cuando ese olor a cocido llegara hasta ellos anunciado el almuerzo y la merecida siesta, que él nunca dormía. Prefería perderse, con el sonido de las chicharras, entre las interminables veredas de álamos, recorriendo cerros y arroyuelos para acabar desnudo en las aguas del río. Le encantaba nadar perdiendo su mirada en algún contraluz, soñando despierto con el cuerpo de Lola que, entre tantos pretendientes, parecía tener una mirada especial para él, en aquellos juegos colectivos con los que chicos y chicas se divertían en la plaza del pueblo.

Instintivamente, al iniciarse un bombardeo continuado, agarró con fuerza el mosquetón sin munición y dirigió la vista hacia un cielo que parecía llenarse de aviones. Algunos cazas, al caer abatidos, alumbraban el cielo con el fuego en sus fuselajes. De repente, algo así como un rugido colectivo dio paso a un despliegue de incontables soldados que avanzaban haciendo fuego a discreción como una horda imparable. El numeroso ejército que se abría paso estaba tan cerca de él, que incluso podía distinguir perfectamente los rostros, bañados en sangre, de aquellos hombres. Aterrorizado, decidió levantarse, alzando los brazos y cerrando los ojos, demasiado asustado para seguir mirando. El fin de la guerra se había iniciado ese día, en aquella sangrienta y decisiva batalla, pero el soldado, en aquellos instantes que sintió un doloroso pinchazo en el corazón, siguió preguntándose, antes de expirar, que tenía él que ver con todo aquel atroz conflicto que le había costado la vida.     

miércoles, 11 de agosto de 2021

Conciencia crítica


Los que no saben, aparentan saber, mientras que el que sabe, sin necesidad de guardar apariencia alguna, pasa desapercibido, dado que los primeros, es bien sabido, hablan constantemente y evitan que otros lo hagan. Los medios de comunicación posibilitan que los falsos gurús se multipliquen, sin más currículo en su haber que la supuesta capacidad para convertir la ignorancia y las incoherencias en supuestas virtudes mediáticas, basta gritar más fuerte que el resto de interlocutores. No es de extrañar, en consecuencia, que la sociedad que estamos construyendo se sustente, muy lejos de las argumentaciones, en un paupérrimo ceremonial de frases hechas, comodines verbales y lugares comunes en los que siempre se ubica, faltaría más, el adversario, responsable último de los males del mundo.

Nada que hacer, me temo con el otrora denominado cuarto poder, simplificado, reducido a un mero papel de generador de contenido mainstream. La ciudadanía es la gran olvidada, demasiados ocupados los medios de información en imponerse a los tres poderes que vertebran las funciones clásicas del Estado o viceversa, sueño inconfeso de algunos líderes políticos y triste realidad en otros muchos, porque si el Estado asume el poder de informar, inevitablemente esta información estará al servicio de los demás poderes, con acuerdos tácitos de supervivencia recíproca entre los servidores de dicho Estado y los que ejercen el poder informativo: se trata, nada menos, de un compromiso en el que las partes respetan los fundamentos y el ejercicios de sus respectivos poderes, derivando todo ello en una realidad alternativa que a base de reiteración continua, puede acabar imponiéndose ésta como sinónimo de verdad. Si algo sale mal, la culpa de todo, a modo de ejemplo obvio, siempre recaerá en los otros, sean quienes sean.

De la conciencia crítica se habla poco, por más que se publicite por el legislador como vehículo esencial para que el artículo 27 de la Constitución sea una realidad. Allá donde la ciudadanía no es capaz de usar el conocimiento y la inteligencia para discernir entre un hecho objetivo y su sesgo interesado, esa sociedad se encamina a un precipicio construido sobre creencias para que las personas sean víctimas de su propia alienación, sin detenerse a pensar en la oportunidad y veracidad de sus propias opiniones, influenciada, consciente o inconscientemente por una suerte de mercantilismo informativo, que divide al mundo, premisas básicas, en buenos y malos, estos últimos nadando inútilmente a contracorriente. Un tótum revolútum que a lo largo de la historia de la humanidad ha dado nombres propios a los tiranos, generalmente disfrazados de tal o cual ideología, al servicio de un pueblo que, paradójicamente, nunca solicitó sus servicios. Las necesidades se imponen: no hay gobernante si no hay pueblo al que gobernar.

En fin, vociferadores, alborotadores, chillones, bramadores, incluso aulladores, todos ellos disfrazados de gurús, desesperan por imponernos una realidad, a base de una insistencia que jamás desfallece, de una reiteración que se prolonga si es necesario al infinito, hasta que comenzamos a creer ciegamente en ella y nos convertimos en fieles soldados de la verdad oficial. El mundo de la opresión, que nos recordó tantas veces Freire, que también nos insistió en que la educación se rehace constantemente en la praxis. Para ser, tiene que estar siendo. En consecuencia, seamos, si ello es aún posible en una sociedad tan globalizada y desbordante de cultura de masas: nuestra presencia en el mundo debe implicar elección y decisión, denominadores comunes a la citada conciencia crítica que a poco que la volvamos a cultivar, nos hará libres, frase que suscribiría, estoy seguro, la entrañable Mafalda.

lunes, 9 de agosto de 2021

Reset


El balance es muy positivo, después de estos años robando minutos al tiempo, buscando siempre esos momentos que me han permitido estar, ocasionalmente, conmigo mismo en felices conversaciones, refugiado en el oasis literario de este blog, cuyos habitantes, en forma de escritos, pensamientos, reflexiones, siempre me han hecho un hueco.

Escribir para uno mismo, sin pensar en lectores potenciales, posibilita los más felices reencuentros con nuestra propia sensibilidad, tan olvidada por la cotidianeidad de los días, agazapada entre responsabilidades de todo tipo que marcan nuestra existencia. A poco que le hagamos espacio, surgen las palabras, los párrafos y junto a ellos  un vendaval forjado con sentidos, sensaciones, impresiones, manifestaciones que desean, como un torrente, tener la oportunidad de expresar que la vida es inmensa y que cada segundo cuenta para volver a reencontrarnos, nada menos, que con nosotros mismos, antes que la amnesia acumulada nos convierta definitivamente en alguien que nunca hemos sido.

Reubicarse en la propia identidad es el objetivo de cualquier escritor. Solo es posible escribir sobre lo que conocemos, ventrílocuos al fin de todas esas personas que están dentro de nosotros: el niño que todos fuimos, el joven que aún desearíamos ser, la persona madura que ha construido, en el mejor de los casos, un universo propio a su alrededor. Todos ellos han sido protagonistas de las entradas que se han acumulado estos años en el blog y que van a protagonizar otras tantas, ubicándose en otras estanterías de esta nueva biblioteca, demasiados volúmenes en la anterior, que se abre paso desde hoy  

Bienvenidas las musas, si acaso existen: siempre me enseñaron que solo el trabajo, el esfuerzo, conseguían materializar los sueños. Y dado que ese esfuerzo, en mi caso, supone abrirse paso en algunos de los momentos del día, seguiré deslizándome por sus minutos, con la feliz esperanza de encontrar a algunos de ellos desprevenidos para proceder a su rapto. Comencemos, pues…

Más libros, más libres

En mis recuerdos, aquellas librerías de viejo , de compra/venta/cambio , de libros de segunda mano, sus paredes permanecían ocultas por elev...