sábado, 21 de agosto de 2021

30/10/1938


30 de octubre de 1938. Hasta allá donde alcanza la vista, los cadáveres se amontonan. En su desgastada mochila solamente hay sueños disfrazados de proyectos: el infinito en sus manos, el cuerpo y la mente en feliz simbiosis, cualquier camino es bueno para ser recorrido. El muchacho, que aún está lejos de ser un hombre, imagina que recorre las calles de su pueblo, inmerso en estos pensamientos y siente que la emoción recorre sus poros, recordando una vida que le han arrebatado, unos y otros. En esa vida recorre una calle, compra el pan, pasea por la era en la que su padre mima a esos vegetales que saben a gloria, toma plácidamente un vino joven en la taberna, sin dejar de dar caladas a su caldo de gallina y prosigue plácidamente su paseo. Cerrando de vez en cuando los ojos, se recrea en esa sensación indefinida que suele recorrer su espina dorsal, sintiendo el recuerdo de ese bienestar de los tiempos muertos de aquellos días.

Se siente inmensamente vivo cuando ante él se despliegan todos esos minutos que desaparecen como pompas de jabón, pero que no dejan de susurrar sugerencias a su dueño para que sean vividos con intensidad. El hombre agarra con delicadeza uno de ellos y mira en su interior: unos esplendorosos olivos, cargados de aceitunas. Reconfortado y curioso, observa el interior de otro minuto y descubre que dentro de él parece esconderse una puesta de sol en otoño. Cada instante esconde un pequeño tesoro, un fragmento irrepetible de su propia vida que, asomando por unos instantes ante sus ojos, se extingue sutilmente para dejar paso a otras tantas vivencias que inmediatamente, se transforman en recuerdos.

30 de octubre de 1938.  Sus oídos están ensordecidos por el bombardeo de todas aquellas baterías y aviones que no han dejado de despedazar cuerpos durante aquellos meses infernales. Lástima, aquella Sierra, cubierta de sangre y cenizas. Y de ese río, abundante de cadáveres. El mismo río de aguas cristalinas, frías como el hielo, que animaba los veranos de su infancia. Entre aquellos pastos, hayedos y robledales, los chicos perseguían a las chicas, mientras que las cercetas y garzas levantaban el vuelo, con cada pareja que se revolcaba en el suelo. Con su tirachinas, escondido en cualquier soto de la ribera, era capaz de acertar en pleno vuelo a cualquier pájaro que se le pusiera por delante, pero también certeramente en la cabeza de Félix, Alfredo, Nicolás, Joaquín, de tantos amigos que había dejado atrás, sin saber por qué. No comprendía que hacía allí, fusil en mano, temblando de miedo. ¿Por qué tenía que dar su vida, como tantos otros, en aquella guerra absurda que le había despojado de todo su pasado, condenando su futuro a ser alcanzado, irremediablemente, por una bala o un obús, en cualquier momento?  Mejor eso que ser atravesado con una bayoneta, una imagen de sí mismo que le resultaba insoportable y frase recurrente entre los soldados.

Si nada hubiera pasado, preguntándose que había podido pasar, para acabar sus días en aquel matadero, a esas horas del amanecer, estaría desayunando con su padre unas buenas rebanadas de pan con lomo en manteca: el campo consumía todas sus energías, que volverían a recuperar justo cuando ese olor a cocido llegara hasta ellos anunciado el almuerzo y la merecida siesta, que él nunca dormía. Prefería perderse, con el sonido de las chicharras, entre las interminables veredas de álamos, recorriendo cerros y arroyuelos para acabar desnudo en las aguas del río. Le encantaba nadar perdiendo su mirada en algún contraluz, soñando despierto con el cuerpo de Lola que, entre tantos pretendientes, parecía tener una mirada especial para él, en aquellos juegos colectivos con los que chicos y chicas se divertían en la plaza del pueblo.

Instintivamente, al iniciarse un bombardeo continuado, agarró con fuerza el mosquetón sin munición y dirigió la vista hacia un cielo que parecía llenarse de aviones. Algunos cazas, al caer abatidos, alumbraban el cielo con el fuego en sus fuselajes. De repente, algo así como un rugido colectivo dio paso a un despliegue de incontables soldados que avanzaban haciendo fuego a discreción como una horda imparable. El numeroso ejército que se abría paso estaba tan cerca de él, que incluso podía distinguir perfectamente los rostros, bañados en sangre, de aquellos hombres. Aterrorizado, decidió levantarse, alzando los brazos y cerrando los ojos, demasiado asustado para seguir mirando. El fin de la guerra se había iniciado ese día, en aquella sangrienta y decisiva batalla, pero el soldado, en aquellos instantes que sintió un doloroso pinchazo en el corazón, siguió preguntándose, antes de expirar, que tenía él que ver con todo aquel atroz conflicto que le había costado la vida.     

miércoles, 11 de agosto de 2021

Conciencia crítica


Los que no saben, aparentan saber, mientras que el que sabe, sin necesidad de guardar apariencia alguna, pasa desapercibido, dado que los primeros, es bien sabido, hablan constantemente y evitan que otros lo hagan. Los medios de comunicación posibilitan que los falsos gurús se multipliquen, sin más currículo en su haber que la supuesta capacidad para convertir la ignorancia y las incoherencias en supuestas virtudes mediáticas, basta gritar más fuerte que el resto de interlocutores. No es de extrañar, en consecuencia, que la sociedad que estamos construyendo se sustente, muy lejos de las argumentaciones, en un paupérrimo ceremonial de frases hechas, comodines verbales y lugares comunes en los que siempre se ubica, faltaría más, el adversario, responsable último de los males del mundo.

Nada que hacer, me temo con el otrora denominado cuarto poder, simplificado, reducido a un mero papel de generador de contenido mainstream. La ciudadanía es la gran olvidada, demasiados ocupados los medios de información en imponerse a los tres poderes que vertebran las funciones clásicas del Estado o viceversa, sueño inconfeso de algunos líderes políticos y triste realidad en otros muchos, porque si el Estado asume el poder de informar, inevitablemente esta información estará al servicio de los demás poderes, con acuerdos tácitos de supervivencia recíproca entre los servidores de dicho Estado y los que ejercen el poder informativo: se trata, nada menos, de un compromiso en el que las partes respetan los fundamentos y el ejercicios de sus respectivos poderes, derivando todo ello en una realidad alternativa que a base de reiteración continua, puede acabar imponiéndose ésta como sinónimo de verdad. Si algo sale mal, la culpa de todo, a modo de ejemplo obvio, siempre recaerá en los otros, sean quienes sean.

De la conciencia crítica se habla poco, por más que se publicite por el legislador como vehículo esencial para que el artículo 27 de la Constitución sea una realidad. Allá donde la ciudadanía no es capaz de usar el conocimiento y la inteligencia para discernir entre un hecho objetivo y su sesgo interesado, esa sociedad se encamina a un precipicio construido sobre creencias para que las personas sean víctimas de su propia alienación, sin detenerse a pensar en la oportunidad y veracidad de sus propias opiniones, influenciada, consciente o inconscientemente por una suerte de mercantilismo informativo, que divide al mundo, premisas básicas, en buenos y malos, estos últimos nadando inútilmente a contracorriente. Un tótum revolútum que a lo largo de la historia de la humanidad ha dado nombres propios a los tiranos, generalmente disfrazados de tal o cual ideología, al servicio de un pueblo que, paradójicamente, nunca solicitó sus servicios. Las necesidades se imponen: no hay gobernante si no hay pueblo al que gobernar.

En fin, vociferadores, alborotadores, chillones, bramadores, incluso aulladores, todos ellos disfrazados de gurús, desesperan por imponernos una realidad, a base de una insistencia que jamás desfallece, de una reiteración que se prolonga si es necesario al infinito, hasta que comenzamos a creer ciegamente en ella y nos convertimos en fieles soldados de la verdad oficial. El mundo de la opresión, que nos recordó tantas veces Freire, que también nos insistió en que la educación se rehace constantemente en la praxis. Para ser, tiene que estar siendo. En consecuencia, seamos, si ello es aún posible en una sociedad tan globalizada y desbordante de cultura de masas: nuestra presencia en el mundo debe implicar elección y decisión, denominadores comunes a la citada conciencia crítica que a poco que la volvamos a cultivar, nos hará libres, frase que suscribiría, estoy seguro, la entrañable Mafalda.

lunes, 9 de agosto de 2021

Reset


El balance es muy positivo, después de estos años robando minutos al tiempo, buscando siempre esos momentos que me han permitido estar, ocasionalmente, conmigo mismo en felices conversaciones, refugiado en el oasis literario de este blog, cuyos habitantes, en forma de escritos, pensamientos, reflexiones, siempre me han hecho un hueco.

Escribir para uno mismo, sin pensar en lectores potenciales, posibilita los más felices reencuentros con nuestra propia sensibilidad, tan olvidada por la cotidianeidad de los días, agazapada entre responsabilidades de todo tipo que marcan nuestra existencia. A poco que le hagamos espacio, surgen las palabras, los párrafos y junto a ellos  un vendaval forjado con sentidos, sensaciones, impresiones, manifestaciones que desean, como un torrente, tener la oportunidad de expresar que la vida es inmensa y que cada segundo cuenta para volver a reencontrarnos, nada menos, que con nosotros mismos, antes que la amnesia acumulada nos convierta definitivamente en alguien que nunca hemos sido.

Reubicarse en la propia identidad es el objetivo de cualquier escritor. Solo es posible escribir sobre lo que conocemos, ventrílocuos al fin de todas esas personas que están dentro de nosotros: el niño que todos fuimos, el joven que aún desearíamos ser, la persona madura que ha construido, en el mejor de los casos, un universo propio a su alrededor. Todos ellos han sido protagonistas de las entradas que se han acumulado estos años en el blog y que van a protagonizar otras tantas, ubicándose en otras estanterías de esta nueva biblioteca, demasiados volúmenes en la anterior, que se abre paso desde hoy  

Bienvenidas las musas, si acaso existen: siempre me enseñaron que solo el trabajo, el esfuerzo, conseguían materializar los sueños. Y dado que ese esfuerzo, en mi caso, supone abrirse paso en algunos de los momentos del día, seguiré deslizándome por sus minutos, con la feliz esperanza de encontrar a algunos de ellos desprevenidos para proceder a su rapto. Comencemos, pues…

Más libros, más libres

En mis recuerdos, aquellas librerías de viejo , de compra/venta/cambio , de libros de segunda mano, sus paredes permanecían ocultas por elev...