sábado, 26 de febrero de 2022

Son mis amigos


Feliz reencuentro en Málaga, con amigos de la infancia, tras décadas sin contacto con ellos, en mi caso. Un paseo por la ciudad, donde constatamos que el centro histórico, definitivamente, se reducía a una inmensa oferta de restauración, sin apenas rastro de los comercios tradicionales de antaño, sirvió de preámbulo a una cena en la que, a pesar del tiempo transcurrido, parecía que nunca nos habíamos separado. 

Singular mecanismo de la mente: recobrado el tiempo de nuestras infancias, que nunca hemos perdido, ese otro tiempo transcurrido, muy dilatado, de nuestras vidas, se difumina, porque parece que fue ayer, cuando viviamos de forma intensa nuestra niñez, en aquellos años en los que recorríamos por las tardes, incansablemente, nuestro barrio, tristemente venido a menos en los últimos años, entregándonos a ese gran escenario, lleno de tiernas promesas, en las que la fantasía, el juego, la aventura, se prolongaban hasta que nuestras madres comenzaban a llamarnos, según ritual, desde las ventanas. Así, los abrazos que cruzamos, al reencontrarnos, se conviertieron en mágico puente entre ese ayer, solo lejano en el calendario y el presente.     

Antes de nuestro reencuentro, me he visto a mi mismo cerrando los ojos con frecuencia y recreando esa infancia intensa, corriendo sin cesar, por aquellas calles que en esos años se convertían en un inmenso patio de recreo infantil: socializábamos minuto a minuto, divirtiéndonos sin parar, disfrutando de aquellos juegos colectivos hoy extintos (el "tenta-hierro", "el látigo", "el pañuelito"... ), inventándonos situaciones que hoy llamariamos role playing, interpretando papeles surgidos de una situación imaginaria, previamente planteada, generalmente surgida de nuestra propia imaginación, mientras compartíamos juguetes, libros y tebeos que a todas horas daban contenido al ocio infantil de aquellas décadas. Recuerdos que nunca se han ido, poblados de rostros, situaciones, experiencias y anécdotas que protagonizábamos adaptando el mundo a aquella fantasía desbordante que guiaba, a diario, nuestros pasos. Construíamos así, día a día, una personalidad que nos acompañaría siempre: hoy somos esas personas que la vida comenzó a moldear, en aquellos años de niñez entrañables.  

No lo sabíamos, pero éramos inmensamente felices. No teníamos dinero de bolsillo, en aquellos tiempos en los que la renta per cápita era extremadamente baja entre las familias, ni falta que nos hacía: un palo de madera se metamorfoseaba inmediatamente en una espada, una lanza; el papel de aluminio que envolvía el chocolate, en una pulsera que nos distinguía como caballeros frente a las hordas enemigas. Si disponíamos de dinero, se invertía innmediatamente en chucherías de la época, que hemos recordado con cierta añoranza, tebeos de Bruguera o de la editorial Vertice, aquellos sobres de cromos destinados a completar unos de los numerosos álbumes que se comercializaban en aquellos años y cabe recordar también, otro tipo de sobres denominados genéricamente Montaplex,. Cualquier quiosco representaba el paraíso, casi siempre lejano pero excepcionalmente asequible, gracias a esas pesetas o, con muchísima suerte, duros de la época que nuestros padres o algún familiar dejaba caer, rara vez, en nuestras manos. Hemos rememorado, con sentida nostalgia, estos ámbitos de la infancia, mojando una y otra vez nuestra particular magdalena en la manzanilla de nuestros recuerdos.  

Y sí, ciertamente, la vida ha transcurrido, en esos años en los que cualquiera de los cuatro amigos hemos intentado, básicamente, buscar la felicidad durante estas décadas, guiados por el destino, por las decisiones, también por el azar y quizás, en consecuencia, hayamos cambiado, es inevitable. Pero creo o quiero pensar que afortunadamente seguimos siendo, en esencia, quiénes fuimos, aquellos amigos que antes que nuestros destinos se separaran, interactúaban con el mundo con ese filtro infantil de nuestras miradas cristalinas, que nunca deberíamos perder, en ese tránsito permanente a la vida adulta que se empeña en acompañar nuestros días. Si perdemos o nos olvidamos de ese luminoso legado que constituye la infancia, pienso que estamos perdidos, convertidos en náufragos que ignoran que existe una isla dentro de nosotros, una suerte de Shangri-La, en la que el tiempo no existe y la felicidad es posible, porque podemos ser nosotros mismos, tumbados en la arena de la playa, contemplando plácidamente la línea del horizonte, lejos, muy lejos de de mundanales ruidos, al abrigo del esplendor que surge de nuestro propio interior. 

En fin, Fernando, José Antonio y Enrique: qué bello es vivir, en compañía de amigos como vosotros. Hasta el próximo encuentro. Un abrazo.    

Más libros, más libres

En mis recuerdos, aquellas librerías de viejo , de compra/venta/cambio , de libros de segunda mano, sus paredes permanecían ocultas por elev...