sábado, 18 de febrero de 2023

Vida y música


Demasiado tiempo sin escribir, mientras los días y sus horas se deslizan por la montaña rusa de la vida, aunando sus vaivenes con los compases de esas melodías sutiles que suelen acompañar a nuestras existencias. Cierto que no prestamos oído a la música que suena, constante, imperceptiblemente, dentro de nosotros, mientras nos esforzamos en construir, a cada instante, los párrafos de nuestra biografía; pero no hay recuerdo que concibamos que no vaya acompañado de una sucesión, generalmente acelerada, de los sonidos de un acorde. 

Con suerte, la banda sonora de múltiples momentos de nuestra realidad serán los propios de una orquesta sinfónica, con bellos y espléndidos sonidos, precediendo a hermosos allegrettos; en otras muchas ocasiones, sin embargo, apenas sonará un triste violín desvencijado. Las músicas de nuestras vidas son reflejo de la intensidad de las mismas, de la suma, de todos esos instantes que gozamos y sufrimos, de la euforia o la tristeza que nos provocan sus vivencias, del disfrute y la añoranza que nos provoca sus meros recuerdos, de la pesadumbre y el dolor que sabiamente postergamos en nuestra memoria, intentando olvidar todo aquello que no queremos rememorar. 

Pero vayamos al deseo, que desprende su propia música: cuánto gozamos con lo poco que tenemos y cuánto sufrimos por lo mucho que anhelamos, escribió Shakespeare. En mi caso, las ilusiones son inherentes al mar y el barco de Simbad, primer movimiento de Scheherezade de Rimski-Kórsakov, dado que probablemente, como exponía Borges, el deseo es como el wanderlust: cuando aparece es irrefrenable, no hay vuelta atrás, viajamos hacia él, partimos de puertos que hemos conquistado, dispuestos a cruzar mares repletos de incertidumbre, con tal de conseguir nuestros propósitos. Así es la vida, no dejamos de desear, probablemente para olvidar que no somos inmortales. 

Justo en este momento, como eterno aprendiz a escritor, deseo encontrar todas esas palabras que rehúyen encontrarse conmigo y en consecuencia, emprendo un viaje junto a Simbad; ambos buscamos a Scheherezade, él impulsado por un deseo romántico irrefrenable, yo deseando escuchar sus historias. Mientras la proa del navío guillotina el mediterráneo, la famosa melodía arrebatadora y sensual en un solo de violín, acompañada por el arpa, suena dentro de mí.  Cierro los ojos y puedo sentir la brisa marina, el sol deslumbrante en todos mis poros: no tengo dudas, las palabras vendrán en breve a mi encuentro. La vida, nada más. 

Más libros, más libres

En mis recuerdos, aquellas librerías de viejo , de compra/venta/cambio , de libros de segunda mano, sus paredes permanecían ocultas por elev...