sábado, 16 de marzo de 2024

Me desvanezco con el aire


Antonio abrió los ojos, tras una noche de sueños inquietos. Aún tardó unos minutos en tener conciencia del dormitorio y de él mismo, temía seguir soñando. Con dificultad, se levantó de la cama, dirigiéndose torpemente  hasta la ducha, con ayuda de su inseparable bastón, inicio de su ritual diario y uno de esos escasos momentos del día en el que su cuerpo aún lograba obtener placer, en contacto con el agua, que le agradaba que estuviera fría, incluso helada. El calentador lo encendía poco después, para afeitarse y dejar paso al desayuno, siempre frugal. Con los años, su apetito voraz, que rememoraba cada mañana, ante la soledad de aquel vaso de leche, fue difuminándose, hasta quedar relegado a una simple necesidad diaria. Se alimentaba por simple inercia. La señora Patro le insistía cada día, tras limpiar la casa y una vez preparado el almuerzo, obligando, mediante vozarrones, a aquel hombre entrado en años y desganado, a sentarse a la mesa y comer cualquiera de aquellos platos de cuchara, que con tanto mimo preparaba aquella mujer menuda, que desprendía humanidad en todos sus poros. He criado a cinco niños, yo sola, todo el mundo sabe que mi marido fue a comprar tabaco una noche y nunca regresó… Usted no morirá, al menos de hambre, mientras yo esté aquí… 

Era evidente que, sin Patro, él habría muerto de absoluta inanición. Gracias a ella, Antonio se sentía obligado a comer, a leer, ver la televisión, refugiarse en el hogar del pensionista con otros ancianos con los que matar el tiempo, posibilitándole que los finos y contados hilos que aún le unían a la vida no se resquebrajaran del todo. 

- ... Eso de no haber tenido familia te ha hecho envejecer muy pronto; la soledad mata más rápido que las enfermedades…- Cosme llevaba años observando, irremediablemente, como Antonio se iba consumiendo, según transcurría el tiempo. Eran amigos desde la infancia y compartían, cada día, una cerveza sin alcohol en el quiosco del pueblo, bajo un árbol que los lugareños aseguraban tenía al menos un siglo. Los dos poseían una vasta cultura y gustaban de hablar de filosofía, a la que Antonio había dedicado toda su vida en el ámbito universitario. Conversaban pausadamente, disfrutando de los largos silencios que imponía la brisa marina,  que penetraba sutilmente en los poros de los dos amigos.  

- ... No quiero morirme, si eso es lo que crees; lo único que deseo es que cuando llegue la hora, pueda hacerlo en paz, en mi cama, sin dolores... lo contrario sería prolongar la vida inútilmente... 

- ... Recuerda que Epicuro, en una de sus obras, que se titula Abrazando los placeres, dejó escrito: mujeres, vino y placer, cada día has de tener, abrazando la filosofía del Dios Baco...  - respondió Cosme, simulando estar ensimismado en profundos pensamientos, pero sin dejar de exhibir su jocosa personalidad. Antonio, soltando una carcajada, apuró su cerveza. 

- ... Ese libro debería haberse escrito. Pero también otro sobre el insoportable peso de los años... No  somos conscientes de lo corta que es la vida hasta que nos sentimos muy viejos... 

Se despidieron, como cada día, cuando el calor de agosto, desplazando a la brisa, se volvía insoportable. Antonio, a esas horas, buscaba refugio en el patio de su casa, que Patro había transformado, desde el más absoluto abandono, en una estancia muy apacible. Logró convencer a Antonio para que instalara, si bien a regañadientes, un toldo de gran extensión y que adquiriera abundantes macetas, entre ellas varios limoneros, que circundaban aquel espacio, que una vez regado, se convertía en un oasis. Patro llevaba un año trabajando en la casa de Antonio en tareas domésticas, sugiriendo e impulsando, además, cambios en todos sus espacios. 

-... Las mujeres de mi generación estamos todas programadas para el trabajo, somos como máquinas a las que nos dan cuerda, cada día... - razonaba en voz alta Patro, en una de esas raras ocasiones en que se sentaba, justo después del almuerzo. Cuando lo hacía, siempre elegía una antigua mecedora, situada justo debajo del gran ventanal del salón, con una taza de café humeante entre las manos,  

-... ¿Y los hombres de su generación?... - preguntó Antonio, que la acompañaba a esas horas, adivinando la respuesta, en improbable duermevela. Prefería escuchar a Patro y su particular manera de ver la vida a dormir. 

- ... Unos vagos redomados, de toda la vida. Si hacen algo, es porque se les obliga, si no fuera así, estarían todo el día en el sofá, con las piernas sobre la mesa... 

Antonio gustaba, antes de la cena y a pesar de empapar el pañuelo de sudor por la canícula, de dar una vuelta por el muelle. Con suerte y con tal de mantener la vista ocupada, encontraba algún sitio donde estar a la sombra y contemplar los barcos que arribaban, siempre entre bandadas de gaviotas. El mar aún lograba excitar, mínimamente, su imaginación, si bien revivían, en su interior, muy a pesar suya, retazos de recuerdos que había insistido en enterrar. De nada le servía, a estas alturas, recordar a las mujeres de su vida, cuyos rostros habían sido borrados por el tiempo. Ni todos aquellos momentos de la infancia, de la adolescencia, de la edad madura que, al principio de jubilarse, gustaba rememorar, como su fama, durante tantos años, en los ámbitos académicos, desde su cátedra universitaria. Cuando el teléfono dejó de sonar y lo hizo muy pronto, descubrió que  para todas esas personas, muchas, que habían pasado por su vida, él había dejado de existir; los encuentros, si acaso se sucedían, habitualmente eran fugaces y giraban, recurrentemente, en torno a cuestiones desgastadas por el uso, como la salud. 

Se vio obligado a aceptar, en consecuencia, una vida que se basaba en estar consigo mismo y con sus escasas circunstancias, que según transcurrieron los años, tras su jubilación, cada vez fueron a menos, hasta quedar reducidas, sin que Antonio fuera consciente de ello, a una mera sucesión de ceremonias diarias, destinadas a hacer avanzar, a trompicones, el día. Aún cabían, muy circunstancialmente, la irrupción de algún elemento novedoso, como la visita al médico, si bien rara vez ocurría. Antonio tenía una salud de hierro, pero sobre todo, tenía una mente lúcida que era la envidia de todos los de su edad, a los que cada vez frecuentaba menos, a pesar de la insistencia de Patro. Demasiados viejos, demasiadas viejas, con la cabeza ida…, le había dicho una vez a aquella mujer que tenía la virtud de no tener pelos en la lengua. … Y usted, un viejo más, como yo, ¿qué se ha creído? La diferencia está en que la mayoría son felices a su manera, siguen disfrutando de la vida… desde que lo conozco, está cada día más amargado… espabile, hombre, con su salud y su buena pensión, tendría que estar muy contento… 

Los graznidos, gritos y lamentos de las gaviotas invadían todo el muelle, ruidos que nunca cesaban en el continuo mudar del cielo y de los días en aquella localidad marinera que Antonio nunca pudo dejar atrás. Como estudiante, siempre anhelaba la llegada del fin de semana y del autobús que le transportaba a su pueblo de casas blancas, Villa Lorena, recorrido por callejas estrechas y antiguas de adoquines, que desembocaban en la plaza del pueblo, justo allí donde tantas veces se había enamorado, al calor de la verbena estival. Amores siempre en fuga, Antonio huía de cualquier compromiso, de todas las promesas iniciales, de tantos impulsos que él siempre consideraba surgidos de esos momentos nostálgicos, melancólicos, falsos mitos inolvidables, mecidos por la brisa veraniega. 

Muchas novias, sí, pero más solo que la una… ¿Nunca se enamoró de alguna de ellas? - preguntó Patro, mientras preparaba un sofrito.  

He estado enamorado de todas y cada una… Pero el amor siempre me duró muy poco… - respondió Antonio, que tras el paseo, recuperaba la respiración, tras dejar abiertas las ventanas del salón y el patio de la enorme casa, sentado estratégicamente en la cocina, justo en medio de la fresca corriente de aire que por ellas circulaba. Desde que Patro había llegado a su vida, procedente de un pueblo vecino, dada su creciente necesidad de contar con servicio doméstico y gracias a las recomendaciones de alguna vecina que la conocía, ambos habían establecido, con el tiempo, una relación de confianza. Tímida en el caso de Antonio, dada su naturaleza retraída, mientras que Patro se manifestaba constantemente como una intensa fuerza de la naturaleza, siempre sincera y desprejuiciada. De la incertidumbre inicial, ante una mujer tan temperamental, Antonio había pasado a sentir una profunda admiración hacia ella. Si bien tendía a ocultar estos sentimientos por completo, era difícil, incluso para alguien como él, no dejarse contagiar por la naturalidad de aquella mujer menuda, locuaz y dicharachera, que hablaba continuamente de ella misma propiciando, siempre con un humor contagioso, que el taciturno individuo también le fuera desvelando, poco a poco, toda su vida. 

- ... El amor dura poco, dice... sobre todo para los que confunden estar enamorado con estar encoñao... - respondió Patro, entre sonoras carcajadas. 

-... Vaya disparate...  ¿qué sabe usted de mí y de mi vida sentimental con las mujeres?... No puede juzgarme de esa manera... - contestó Antonio, fingiendo enfado, mientras se refrescaba con la granizada de avellanas elaborada por Patro. Sabía que en el fondo, ella tenía razón, como siempre, pero había aprendido que lo peor que podía hacer, frente a Patro, que parecía analizar y procesar toda su vida y personalidad sin esfuerzo alguno,  como quien ordena la ropa de un armario, era guardar silencio.  

- ... Anda, que lo que hay que conocer... da lo mismo que haya que sacarle las palabras de la boca con una cuchara, más claro que el agua... un hombre que rara vez ha sido feliz y que no ha sido capaz de aceptar la vejez...  Venga, límpiese las manos y a la mesa... le va a encantar el pisto con pollo empanado... -  la comida que preparaba Patro era la mejor que había probado Antonio en toda su vida. Un festín continúo de sabores que nunca dejaban de sorprenderle, a pesar de su contumaz falta de apetito.  ... Y lo mismo que he dicho eso, le digo esto: usted me cae muy bien, no se confunda. Reconozco a una buena persona en cuanto la veo... 

Ambos se miraron, con sonrisa cómplice. A Antonio también le caía muy bien Patro, desde el primer momento que se conocieron, pasados los primeros momentos de desconcierto ante el temperamento de aquella mujer que apenas medía metro y medio, que lucía un rostro agradable, marcado no obstante, no tanto por el tiempo como por toda una sufrida vida de trabajo.

- ... Mi marido desapareció, tras hacerme el quinto hijo, uno por año. Estaba claro que se había ido con otra, a saber dónde. Comencé a trabajar de todo: de criada, de limpiadora, de cocinera, de lo que fuera, tenía cinco hijos que alimentar y mucho que hacer para sacarlos adelante.... - relataba Patro a Antonio un día, en el autobús, camino del pueblo de esta. Antonio no pudo resistirse a la invitación insistente de Patro, para que pasara el día en la casa de campo de su hermano. La confianza entre ambos, que ya habían aprendido a tutearse, iba creciendo con el tiempo... Pasados los años, bastantes, ¡yo que sé!, más de quince, un día pegaron a la puerta y... ¡allí estaba el desgraciado! Pegué un grito de horror y corrí a la cocina a por la sartén más grande que tenía, para estampársela en la cabeza... 

- Me dejas estupefacto... tu marido volvió, tras tantos años sin saber nada de él....  

- ¡Volvió porque no tenía donde caerse muerto!, no por mí, ni por mis hijos. Ese día, en el que apareció como un fantasma apestoso y vestido con harapos, gasté mis pulmones en decirle de todo y alejarlo de la casa. Estuvo un tiempo, como un mendigo, vagando por el barrio, hasta que desapareció, otra vez. No volví a verlo ni supe nada más de él, hasta que me llegó la noticia de que la había palmado en no sé dónde. Sentí como si me quitaran un peso de encima... - Patro finalizó su relato para indicar, con su dedo índice, los puntos de interés que podían contemplarse desde el destartalado autobús, que recorría con parsimonia aquella estrecha carretera comarcal, surcada de trigales. ... ¡Mira como el aire cálido y húmedo agita las espigas maduras!... ¡Mira, por ese camino de ahí, a la derecha, se llega a la finca del Agustín, al que todos llamaban el verraco!... En su tiempo, cuando vivía, no había otra más grande y con tantos cerdos ibéricos... Y mira, mira, la carretera para el cortijo de La Muela... la de veces que yo me habré hecho ese camino andando, ida y vuelta, para hacer la comida  a más de veinte personas... Me pagaban muy bien, no te creas... 

Así, las dos horas de viaje transcurrieron fugazmente. Antonio no dejó de contemplar el paisaje, sin dejar de mirar a Patro, exultante durante todo el trayecto y que exhibía una dulce expresión de candor a la par que de franqueza, reflejo, en aquellos grandes ojos azules, de tantas emociones y experiencias vividas. Aquella mujer había disfrutado intensamente de la vida, más allá de sus circunstancias. Que el marido la abandonara no parecía haber hecho mella, en absoluto, en una mujer que parecía estrujar con sus manos, cada minuto de la vida. Antonio imaginó a todos aquellos hijos, sin duda felices con una madre como aquella, guiando sus destinos.  

El hermano de Patro, Rafael, vivía, junto a su mujer y uno de sus hijos, en una tan amplia como destartalada finca, por la que pululaban, en feliz convivencia, personas y animales. Acogido con suma hospitalidad, Antonio visitó la cuadra, maravillándose con todas aquellas gallinas que se agitaban de un lado a otro, así como de varias vacas, a las que Patro comenzó a ordeñar con prestancia. En un cercado próximo, el balido de un sinfín de ovejas parecía reclamar su tiempo de pastoreo... Llaman todas a mi hijo, son como un reloj... Incluso Chuncho, el perro está ya preparado, dando vueltas a la cerca... Explicó Rafael, que condujo a Antonio hasta una mesa situada bajo un viñedo. Allí se refrescaron con un café con hielo y unas rebanadas de pan con manteca casera. 

-... La mejor manteca que jamás he probado... -   dijo Antonio, con los ojos cerrados, deleitándose con aquel sabor.

-... Hombre, leche de nuestras vacas, pero espera a probar lo que están preparando las mujeres, para el almuerzo, un potaje con verduras de la huerta y tagarninas... Nadie como Patro, a la cocina... 

- De eso doy fe, he tenido que esperar a tener esta edad para comenzar a comer bien, a pesar de que nunca tengo apetito... 

Rafael soltó una carcajada. ... Eres tal como me había contado PatroPues yo calculo que nosotros dos, año arriba, año abajo somos de la misma añada... Y me queda mucho tiempo por delante, para dejar de hacer lo que hago cada día: mis animales, mis negocios y sobre todo, esta vida en el campo. Verás al anochecer, en  la ciudad es imposible ver el brillo de tantas estrellas...

Hasta quedar fascinado con la visión de la bóveda celeste, tal como había predicho Rafael, Antonio hizo una pequeña excursión al río, junto a Patro, que le enseñó a distinguir los álamos, chopos, abedules, fresnos, olmos, tilos, sauces, entre otros, que se alineaban cercanos a la ribera, así como los arbustos y hierbas, que daban forma a la frondosa vegetación. Por el camino recogieron hinojo y compartieron, antes del almuerzo, con Perico, el sobrino de Patro, las labores de pastoreo con las ovejas. ... Las muevo hacia los pastizales naturales, todas estas áreas, cubiertas por arbustos diversos... en realidad, quien hace todo el trabajo es Chuncho, no hay perro como él, aunque se crea que es también una oveja... Se ha criado junto a ellas, desde que era un cachorro...  El fornido joven, al igual que su padre, amaba la vida rural y hablaba con pasión de todos los detalles de sus quehaceres diarios y sus proyectos futuros. 

Cuando llegó la hora de que todos disfrutaran del maravilloso potaje, Antonio, tras conocer a toda aquella maravillosa familia, incluida la mujer de Rafael, Felisa, que compartía no pocos rasgos de personalidad con Patro,  no pudo evitar una picazón de remordimiento consigo mismo, por esa vida que lo había conducido a un vacío del que nunca había sido tan consciente como en aquellos momentos. En aquel día que había recuperado el apetito por completo, se sorprendió a sí mismo, buscando los ojos de Patro.

Las miradas siguieron sucediéndose en los días siguientes. Al principio, tímidas, furtivas. Antonio era una persona muy introvertida, con un crónico control emocional y dejar al descubierto sus emociones le suponía un esfuerzo sobrehumano, consigo mismo. Patro, por su parte, había pasado de la más absoluta perplejidad, ante aquella situación que por más que evidente, le parecía asombrosa, a corresponder, con sus pupilas azules y una amplia sonrisa, a aquellos sentimientos que aún eran temerosos de las palabras. 

En la casa de Antonio descansaban, olvidados en una repisa, una amplia colección de antiguos vinilos, junto a un tocadiscos que había vivido tiempos mejores, al que Patro limpió con mimo todo el polvo acumulado durante décadas. Una tarde en la que finos rayos penetraban, retraídos, a través de las rendijas de la persiana del gran salón, dibujando haces de luz en las que minúsculas motas de polvo danzaban sin fin, Patro tomó la iniciativa. Colocó en el plato del tocadiscos uno de los vinilos y dejó caer la aguja justo en el surco elegido. Comenzó a sonar La Mañana,  del cantante Al Bano. Se acercó a Antonio, que degustaba un café con hielo, sentado el sofá y tomando una de sus manos, le susurró una invitación: baila conmigo.  Antonio, de pie y atolondrado, apenas sabía qué hacer con los brazos y las piernas, congelados sus miembros por un pudor invencible. Patro volvió a susurrarle: muéveteagarra mi cintura y déjate llevar... Así, titubeando, los cuerpos de ambos se aproximaron, por primera vez, hasta tocarse. Y de nuevo, las miradas, entregadas a unos sentimientos acunados por los haces de sol, por la canción que también cantaba Patro: ... Y también tú, cual la mañana, un sol reflejas en mi mirar. Si tú no estás, es todo noche, donde tú estás, hay el amor...  

Desde aquel momento, el tiempo se volvió perezoso, entre amaneceres de bruma y rocío, entre mares y playas, entre montes de genista amarilla, rodeados de tonos morados y rosas de los atardeceres del Mediterráneo. Antonio y Patro se detenían a escuchar el correr del agua en las acequias y el silbido de los pájaros en las ramas. Disfrutaban de la calidez de la luz acariciando sus rostros, de la brisa fresca de las mañanas, Las horas se detenían cuando trinaba un jilguero, cuando el mundo parecía recién inventado en las luces grises de un amanecer, en los tonos naranjas de un cielo lleno de promesas y de un verano luminoso al que le siguieron otras estaciones.

Bien pronto Antonio invitó a Rafael y su familia a que le devolvieran la visita. La casa de Antonio en Villa Lorena era la casa más grande la localidad. Una suerte de palacete, venido a menos con los años, que disponía de muchas habitaciones y sólo dos de ellas ocupadas: una por él mismo y otra, una habitación de servicio, por Patro. Así, la casa se llenaba de vida durante varios días en los que Antonio disfrutaba de los relatos vitales de Antonio y su hijo, mientras les hacía de cicerone, con entusiasmo, por la localidad. Patro y su cuñada se afanaban en la cocina, para que a aquel primer potaje de tagarninas les siguieran otros muchos platos exquisitos, no en vano Antonio siempre traía varias cajas de productos de su huerta, además de huevos, leche y carne, que no tenían competencia con cualquier otro producto adquirido en los comercios de Villa Lorena. Muy pronto, a aquellos almuerzos sin parangón que se fueron sucediendo, se adhirió Cosme y poco más tarde, las dos hijas de Antonia, acompañadas de sus propias familias, eufóricas al ver a su madre tan feliz. Finalmente, los tres hijos de Antonia, todos solteros aún, acabaron por sucumbir a la curiosidad de conocer al novio de su madre. 

-… ¡Pero cásate con ella, hombre!, hazla feliz, eso le gusta a las mujeres… - Soltó Cosme, en una de aquellas tumultuosas comidas familiares, que sabiendo lo difícil que sería para Antonio dar ese paso, no perdía oportunidad para meter baza a su amigo, que había dejado de ser él mismo para transformarse en un visible amasijo de emociones serenas. 

-... Casarse a nuestra edad seguramente estará prohibido...  Seguro que el cura lo desaprueba... - contestaba Antonio, consciente, a pesar de todo, de que su amigo tenía razón.  Así, bastaron un par más de reuniones familiares para que, venciendo su timidez, decidiera pedir a Patro en matrimonio, una noche en la que ambos estaban tumbados en las hamacas, en el patio, contemplando un intenso y despejado cielo de estrellas. Patro abrazó a Antonio e inmediatamente, brindaron con una mezcla de vermú, vino dulce, ron, ginebra, licor de naranja y sifón que aquella mujer gustaba de preparar añadiendo toques místicos, al asegurar que se trataba de un brebaje de amor cuyo origen se perdía en la noche de los tiempos. Acabaron, tras varios lingotazos de la mágica bebida, bailando a los sones de la música que siempre seleccionaba Patro, entre una ecléctica selección que se había ampliado sustancialmente, al dejar atrás los viejos discos de vinilo de Antonio: tonadilleras clásicas, boleros,  rancheras, baladas, cantantes italianos e incluso música de la década de los ochenta. Patro soñaba con viajar a Italia ... son todos muy románticos...., decía, por más que aquella mujer ni siquiera era capaz de situar a un solo país en un mapa, jamás había salido del perímetro que rodeaba a Villa Lorena y sus localidades más cercanas.   

Antonio fue descubriendo, guiado por Patro, la belleza de los pequeños detalles, la riqueza de los tiempos muertos. Aprendió a cerrar los ojos y sentir la fragancia de todo tipo de flores y frutas, a acariciar el aire, a tener las sensaciones de un ciego, frente al mar al escuchar los sonidos que llenaban el espacio creando su propia música. Aquellas notas en las que el agua y las hojas crujían al fondo, el canto de los pájaros, los chirridos de los saltamontes, a la que añadían ritmo los picos de los pájaros carpinteros. Al dejar fluir sus sentidos, se sentía lleno de vida, en armonía consigo mismo, con la naturaleza. La ardiente oscuridad que había caracterizado todos sus últimos años de vida, acabó por extinguirse, rendida ante un nuevo Antonio, que había recuperado vida social, amigos y que incluso  había retomado el contacto con el ámbito universitario, donando su gran biblioteca, gran parte de la misma un legado familiar de varias generaciones, un enorme fondo bibliográfico para el que se estaba construyendo, en la Facultad de Filosofía, un espacio específico que llevaría su nombre. Al mismo tiempo había vuelto a leer y colaborar en publicaciones científicas. 

- .. Mira las margaritas que brotan como si nada, sin que nadie las plantara. Y ahora cierra los ojos y acaricia sus pétalos... dime qué sientes...  - preguntaba Patro a Antonio, cuando daban su paseo de la tarde, por la ribera del río. 

- ... Siento como un aliento primaveral, un tacto de pulposa miel, como un cuerpecito de mimbre... 

- ... ¡Mentiroso! Te lo estás inventado, pero así es el campo y la naturaleza. De pequeña, cuando pasaba más hambre que el perro de un ciego, éramos muchos en la casa y solo hacíamos una comida al día, para evitar eso que dicen que quien tiene hambre, con pan sueña, me iba a dar largos paseos y me entretenía, mirando los árboles, las flores, escuchando el sonido del río, del viento entre los árboles. Y cuando llovía, me ponía a correr, me encantaba que se me mojara el pelo. Mis padres decían que era la loca de la casa.... Inténtalo otra vez, cierra los ojos...  

Antonio cerró los ojos muchas veces, siempre cogido de la mano de Patro, sintiendo que el reloj se detenía, cada vez que lo hacía. Le parecía mágico, el hecho de que, a pesar de haber estado en todos aquellos sitios miles de veces, el paisaje siempre era distinto, en compañía de aquella sensible mujer. Junto a ella, perdía la noción del tiempo. Los minutos surcaban entre las hojas de los árboles, se enredaban con sus tallos y sus raíces, alejándose sin mirar atrás. Aprendió a sentirse hijo del bosque y zahorí de todos aquellos rincones de su vida, que ahora le resultaban insólitos. Una frase que a ambos les encantaba, acuñada por Patro era: Me desvanezco con el aire, que Antonio acabó identificando con aquellos momentos de la tarde en los que la luz entraba por la persiana del salón, dividiéndose en cientos de pequeñas ranuras que atravesaban el plástico, el mismo que dejaba abierto cada noche en el dormitorio, porque deseaba despertarse con los primeros rayos de sol.  

- ... Te veo nervioso y es que no todos los días uno es el protagonista de una boda... - bromeaba Cosme, que junto a una gran comitiva de amigos, acompañaban a Antonio a la iglesia del pueblo. Aquel romance otoñal se había hecho célebre en la localidad y había suscitado la curiosidad general. Se sabía que la novia acudiría en un coche, alquilado para la ocasión y que le habían hecho un traje de novia a medida, en un famoso taller de costura de la capital, o al menos esos eran los comentarios generales entre todas aquellas mujeres, ávidas de noticias, que esperaban impacientes, en la plaza del pueblo,  vestidas de domingo. Antonio entró en la iglesia, completamente atestada de familiares de Patro y todas las amistades del hogar del pensionista, que se habían multiplicado en los últimos meses. Don Sebastián, el cura, había dejado hacer, consciente de la repercusión de aquel enlace: las hijas de Patro habían tomado, literalmente, la iglesia una semana antes, capitaneando a los profesionales de diversas empresas, dispuestas a que aquellos espacios con escasos ornamentos cobraran vida, mediante flores, velas y otros múltiples elementos decorativos, mientras que otros roles imprescindibles eran asignados: padrinos de boda, damas de honor, niñas de las flores, pajes, los oficiantes... Don Sebastián se sorprendió con aquella trajeada orquesta, cantante incluida, contratada para la ocasión, dado que era la primera vez que iba a presidir una boda con música en directo. Tenía una ligera idea del reportorio musical que iba a sonar en la iglesia y si bien le parecía escasamente ortodoxo, se había limitado a asentir, sonriente, ante Patro y sus hijas, consciente de los riesgos de enfrentarse a aquella horda femenina.  

Un clamor recorrió la plaza de la iglesia. Un Cadillac La Salle, conducido con parsimonia, llegaba hasta la iglesia y de él emergió Patro, enfundada en un vestido de novia que cumplía con creces todos los vaticinios: ... cuello alto, manga larga, cuerpo de encaje con corpiño, falda de tafetán con volumen y fajín ajustado a la cintura, cuerpo de encaje de Bruselas con rosas de puntilla e incrustaciones de micro perlas y una falda de tafetán decorada con perlas a la que añadía volumen un cancán de tres capas, que se ajustaba a la cintura con un fajín ancho drapeado. La cola, no demasiado larga, ella es muy bajita... le detallaría más tarde a Antonio una de las hijas de Patro, en lectura literal del vestido de novia de la actriz Grace Kelly, plagiado para la ocasión, detalles y matices que Cosme, tan lejano como Antonio de este universo, resumió a su manera: ... me suenan a idioma suajili... 

La entrada de Patro, acompañada por la canción Mirrors de Sally Oldfield que comenzó a sonar justo cuando traspasó la puerta de la iglesia, suscitó admiración entre todas las personas presentes. Viéndola andar hacia el altar, lenta y pausadamente, alternando la mirada entre el frente y los invitados, con el ramo de flores entre las manos y acompañada de todo el gran cortejo nupcial, provocó en Antonio una catarata de hermosas y emocionantes sensaciones, que se acrecentaron cuando descubrió que la novia parecía había rejuvenecido al menos veinte años. Pensó si debería cerrar los ojos, como había aprendido a hacer, para que todo ese vendaval de sentimientos penetrara en él, como un torrente, sin obstáculos de otros sentidos. La sonrisa de Patro, su mirada, resplandecían en aquel glorioso escenario y concentraban delicadas poesías, impregnadas de emotividad, que se proyectaban a un futuro lleno de tiernas promesas. Se sintió desvanecer en el aire, fragmentado en miles de pájaros de todos los colores, alzando el vuelo en bandada hacia la línea azul del horizonte, cuando ambos asintieron al ceremonial y no dejaron de mirarse a los ojos, dejando de lado inútiles palabras, ese día y posteriores. 

Entre las escasas fisuras de la felicidad, el tiempo buscó espacio para deslizarse. El matrimonio disfrutaba de la vida, dejándose mecer por el caudal del río que ambos habían construido. Viajaron por España, antes de conocer Italia, destino anhelado por Patro, al que siguieron otros muchos.  Siempre se emocionaba a la vuelta, destino de Villa Lorena, deseosa de volver al hogar. Antonio, por su parte, no concebía otra comida que la preparada por su mujer y la siesta en el patio, rodeado de limoneros. Según los años fueron transcurriendo, esos viajes se espaciaron, pero persistieron las rutinas de cada día: los paseos por el sendero del río, los atardeceres en la playa, los almuerzos familiares que abarrotaba de personas, felizmente, la casa de aquellos dichosos ancianos. Y sobre todo, los momentos dedicados a las sensaciones: el tacto con las hojas mojadas por la lluvia, las flores mecidas por el viento, los colores de los árboles, de la naturaleza en cada estación. 

Para la inauguración de la sección de la biblioteca universitaria, con todos los fondos bibliográficos aportados por Antonio, se preparó un acto en el que se insistió a Antonio que diera una conferencia, sobre la temática que prefiriera. Se sabía que su avanzada edad no era impedimento alguno para su lucidez mental, de la que nadie dudaba. Desde Villa Lorena, la alcaldía se tomó muy en serio el acto y un coche oficial permitió que Antonio y Patro viajaran confortablemente hasta la capital y la Facultad de Filosofía. La familia y amigos de la pareja, una legión de personas, fletaron varios autobuses, haciendo rebosar aquel día el aula magna, para asombro de los estudiantes. Para el decano no constituía ninguna sorpresa: había visitado a Antonio sucesivas veces y conocía sus felices circunstancias, su boda y la popularidad que tenía en Villa Lorena. Presentó a Antonio como al gran catedrático, que había dedicado gran parte de su vida a la docencia y la investigación y merecedor, por su gran legado a la universidad, de que aquella gran sección de la biblioteca universitaria llevara su nombre.  

-... no podemos olvidarnos de los grandes hombres que han pasado por esta universidad, que son además, grandes personas. Y si este espacio es hoy una realidad, es gracias a su generosa aportación bibliográfica. Para mí es un honor cederle la palabra, como decano de la Facultad de Filosofía, pero sobre todo, como alumno suyo...    - Fue el momento de una ensordecedora salva de aplausos. Patro, sentada en primera fila, junto a sus hijas, Cosme y Don Sebastián, se sentía plena de alegría. 

Antonio habló de la búsqueda de las personas de propio lugar en el mundo: ... Saber que llegamos justo allí, tras tantos de palos de ciego en nuestras vidas, a ese momento, esa ubicación en la que vamos a encontrar la felicidad, como sinónimo de dicha, satisfacción, bienestar, prosperidad, fortuna, alegría y bonanza, no circunstanciales, sino como sensaciones inherentes a nosotros como la misma piel y por tanto inmortales, ha sido siempre el destino y la obsesión del hombre, desde que tiene uso de razón. No podemos ser felices por nosotros mismos, es una quimera. Esa felicidad sólo será real cuando aprendamos a ser parte de algo infinitamente más grande que cualquiera de nosotros, cuando formamos parte de una conciencia colectiva que incluye a la naturaleza y las personas... Las miradas de Antonio y Patro, que no se habían desviado en ningún momento del discurso, se intensificaron... No importa el tiempo que invirtáis de vuestras vidas, vuestra edad, vuestras circunstancias. Sabréis que habéis llegado a ese sitio, que tan desesperadamente habéis buscado siempre, cuando conozcáis a una persona de la que podáis decir: nací cuando me besó y viví mientras me amó...  


2 comentarios:

  1. Bella y delicada narración, exquisita descripción de un renacimiento en esa tercera edad en la que todo es aún posible.

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    1. Gracias, pienso que no tenemos edad, solo circunstancias y en cualquier periodo de la vida, tenemos que velar por ellas, para que sean las mejores posibles. Un abrazo.

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