miércoles, 11 de agosto de 2021

Conciencia crítica


Los que no saben, aparentan saber, mientras que el que sabe, sin necesidad de guardar apariencia alguna, pasa desapercibido, dado que los primeros, es bien sabido, hablan constantemente y evitan que otros lo hagan. Los medios de comunicación posibilitan que los falsos gurús se multipliquen, sin más currículo en su haber que la supuesta capacidad para convertir la ignorancia y las incoherencias en supuestas virtudes mediáticas, basta gritar más fuerte que el resto de interlocutores. No es de extrañar, en consecuencia, que la sociedad que estamos construyendo se sustente, muy lejos de las argumentaciones, en un paupérrimo ceremonial de frases hechas, comodines verbales y lugares comunes en los que siempre se ubica, faltaría más, el adversario, responsable último de los males del mundo.

Nada que hacer, me temo con el otrora denominado cuarto poder, simplificado, reducido a un mero papel de generador de contenido mainstream. La ciudadanía es la gran olvidada, demasiados ocupados los medios de información en imponerse a los tres poderes que vertebran las funciones clásicas del Estado o viceversa, sueño inconfeso de algunos líderes políticos y triste realidad en otros muchos, porque si el Estado asume el poder de informar, inevitablemente esta información estará al servicio de los demás poderes, con acuerdos tácitos de supervivencia recíproca entre los servidores de dicho Estado y los que ejercen el poder informativo: se trata, nada menos, de un compromiso en el que las partes respetan los fundamentos y el ejercicios de sus respectivos poderes, derivando todo ello en una realidad alternativa que a base de reiteración continua, puede acabar imponiéndose ésta como sinónimo de verdad. Si algo sale mal, la culpa de todo, a modo de ejemplo obvio, siempre recaerá en los otros, sean quienes sean.

De la conciencia crítica se habla poco, por más que se publicite por el legislador como vehículo esencial para que el artículo 27 de la Constitución sea una realidad. Allá donde la ciudadanía no es capaz de usar el conocimiento y la inteligencia para discernir entre un hecho objetivo y su sesgo interesado, esa sociedad se encamina a un precipicio construido sobre creencias para que las personas sean víctimas de su propia alienación, sin detenerse a pensar en la oportunidad y veracidad de sus propias opiniones, influenciada, consciente o inconscientemente por una suerte de mercantilismo informativo, que divide al mundo, premisas básicas, en buenos y malos, estos últimos nadando inútilmente a contracorriente. Un tótum revolútum que a lo largo de la historia de la humanidad ha dado nombres propios a los tiranos, generalmente disfrazados de tal o cual ideología, al servicio de un pueblo que, paradójicamente, nunca solicitó sus servicios. Las necesidades se imponen: no hay gobernante si no hay pueblo al que gobernar.

En fin, vociferadores, alborotadores, chillones, bramadores, incluso aulladores, todos ellos disfrazados de gurús, desesperan por imponernos una realidad, a base de una insistencia que jamás desfallece, de una reiteración que se prolonga si es necesario al infinito, hasta que comenzamos a creer ciegamente en ella y nos convertimos en fieles soldados de la verdad oficial. El mundo de la opresión, que nos recordó tantas veces Freire, que también nos insistió en que la educación se rehace constantemente en la praxis. Para ser, tiene que estar siendo. En consecuencia, seamos, si ello es aún posible en una sociedad tan globalizada y desbordante de cultura de masas: nuestra presencia en el mundo debe implicar elección y decisión, denominadores comunes a la citada conciencia crítica que a poco que la volvamos a cultivar, nos hará libres, frase que suscribiría, estoy seguro, la entrañable Mafalda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Más libros, más libres

En mis recuerdos, aquellas librerías de viejo , de compra/venta/cambio , de libros de segunda mano, sus paredes permanecían ocultas por elev...