El balance es muy positivo, después de estos años robando minutos al tiempo, buscando siempre esos momentos que me han permitido estar, ocasionalmente, conmigo mismo en felices conversaciones, refugiado en el oasis literario de este blog, cuyos habitantes, en forma de escritos, pensamientos, reflexiones, siempre me han hecho un hueco.
Escribir para uno mismo, sin
pensar en lectores potenciales, posibilita los más felices reencuentros con
nuestra propia sensibilidad, tan olvidada por la cotidianeidad de los días, agazapada
entre responsabilidades de todo tipo que marcan nuestra existencia. A poco que
le hagamos espacio, surgen las palabras, los párrafos y junto a ellos un vendaval forjado con sentidos, sensaciones,
impresiones, manifestaciones que desean, como un torrente, tener la oportunidad
de expresar que la vida es inmensa y que cada segundo cuenta para volver a reencontrarnos,
nada menos, que con nosotros mismos, antes que la amnesia acumulada nos
convierta definitivamente en alguien que nunca hemos sido.
Reubicarse en la propia identidad
es el objetivo de cualquier escritor. Solo es posible escribir sobre lo que
conocemos, ventrílocuos al fin de todas esas personas que están dentro de
nosotros: el niño que todos fuimos, el joven que aún desearíamos ser, la persona
madura que ha construido, en el mejor de los casos, un universo propio a su
alrededor. Todos ellos han sido protagonistas de las entradas que se han
acumulado estos años en el blog y que van a protagonizar otras tantas,
ubicándose en otras estanterías de esta nueva biblioteca, demasiados volúmenes en la anterior, que se abre paso desde
hoy
Bienvenidas las musas, si acaso existen:
siempre me enseñaron que solo el trabajo, el esfuerzo, conseguían materializar
los sueños. Y dado que ese esfuerzo, en mi caso, supone abrirse paso en algunos
de los momentos del día, seguiré deslizándome por sus minutos, con la feliz esperanza de encontrar a algunos de ellos desprevenidos para proceder a su rapto. Comencemos, pues…
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