lunes, 6 de diciembre de 2021

Senderos y juglares


Precioso poema de Cristina Rossetti: Entre las hojas del sauce respiraba el viento, el rumor trucó el gemido, languideció el mundo murmurando como algo afligido y luego me sentí sola. Si bien, con frecuencia, el mundo es reflejo del estado de ánimo que nos envuelve, sin embargo, no faltan ocasiones en las que un bosque, un jardín, un atardecer bañado de tonalidades rojizas, los rayos del sol colándose entre las rendijas de la persiana y los corpúsculos de polvo revoloteando a contraluz, propician una metamorfosis instantánea del alma, a modo de revelación, exigiendo de nosotros un viaje liberador, al encuentro de todo aquello que nos hace sentir libres y queridos. Un viaje que comienza justamente cuando, embargados de emociones, cerramos los ojos y comenzamos a sentir que una cascada de sensaciones empapa nuestro cuerpo, filtrándose por cada poro a todos los rincones de nuestro espíritu. 

Así que cierro los míos, tras contemplar la lluvia tras los cristales: sumido en las ardientes oscuridades de mi subconsciente, espero expectante, hasta que el sonido de un chasquido deja paso a una luz intensa, que me ciega por unos instantes hasta que comienzo a vislumbrar los verdes pinos, cada uno de ellos santuario en el que reposan recuerdos primigenios del mundo y deidades olvidadas, que susurran mi nombre. Siento tentaciones de apartarme de aquel camino en el que crujen bajo mis pies piñones y hojas secas y adentrarme por un sendero franqueado por hileras de cipreses que me acompañan por esos paisajes de la Toscana surcados de suaves colinas y viñedos, de esos pueblos medievales en los que el tiempo se detuvo. Más allá, un juglar que se me acerca sonriente.

- Elegid, señor, el género que más os guste: sátira, lírica, quizás pueda ser de vuestro agrado alguna gesta épica. Soy un Cazurro, de entre tantos, pero me esmeraré en declamar para vos la canción más romántica y otoñal, porque algo me dice que sois un soñador... - exclama aquel hombrecillo, sin dejar de hacer malabarismos con las borlas de su colorido gorro. Me limito a asentir y enseguida, unos bellos versos acompañados del laúd, se deslizan por el paisaje, cantados admirablemente por Cardillo, nombre con el que finaliza su presentación aquel simpático poeta de los caminos y los pueblos. 


A todos conforta el sol,
puro y delicado;
Nuevo y radiante es el rostro
del mundo en abril;
hacia el amor se apresura
el corazón del hombre,
y sobre la felicidad
reina el dios de la juventud.

Cuántas novedades
en la fiesta de la primavera,
Y su autoridad
nos ordena gozar;
recorrer caminos conocidos,
y en tu propia primavera.
Quien ama como yo, 
está girando en la rueda de la fortuna.

 
Reconfortado con aquellos versos, sigo recorriendo otras veredas, otros lugares, abundantes paisajes que parecen disputarse entre sí la belleza que irradian los más brillantes amaneceres; los más románticos atardeceres, los paraísos más increíbles que se dibujan en el horizonte. Cuando la fatiga me vence, me siento bajo un árbol anciano que enseguida conversa conmigo: 

- En mí hay escondido un núcleo, una luz, un pensamiento. Soy vida de la vida eterna. Único es el propósito y el experimento que la madre eterna ha hecho conmigo. Únicos son mi forma y los pliegues de mi piel, así como único es el más humilde juego de hojas de mis ramas y la más pequeña herida de mi corteza. Fui hecho para formar y revelar lo eterno en mis más pequeñas marcas... - Hesse, el nombre de aquel árbol milenario, me acuna entre susurros que surgen de sus raíces, adormeciéndome. 

Y es entonces cuando despierto, plácidamente, con anhelo de regresar a cualquiera de aquellos senderos que se bifurcan y que aún me quedan por recorrer. La leña cruje en la chimenea, en este día soleado de diciembre y me pregunto a mí mismo por qué tanto esfuerzo en crear arte si es más bello soñar con él.

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