lunes, 19 de agosto de 2024

Momentos



Tiempo para mí mismo, inmerso en esos maravillosos momentos en los que nada ocurre, paralizadas las manecillas del reloj, retenido el futuro por un presente complaciente, impregnado de esa brisa veraniega que repta por los poros mojados, esquivando el sol de la tarde. No es necesario cerrar los ojos: todo lo que se anhela, está ahí, bailando a ritmo de ballet, justo delante de mis ojos, al alcance de todo aquel que sea capaz de emocionarse ante un rojo atardecer y los sonidos de un mar que apenas se despereza cada día, siempre complaciente, constantemente paciente. Al sumergirme en él, vuelvo a la infancia, cada vez más lejana y en consecuencia, permanentemente soñada. Qué fácil es la vida cuando se vive sin pensar en ella.

Leo a; Lovecraft, Thomas Mann, Horace McCoy, Hugo Pratt, Harold Foster. Pero también a Heinrich Böll, Borges, Homero, Baudelaire, Samuel Beckett, entre otros, atendiendo a simples impulsos, basta una referencia, un artículo en un periódico, un título en el lomo de un libro; con frecuencia, un fugaz recuerdo y una asociación de ideas. Espíritu iconoclasta, por encima de cualquier canon, pero también voracidad literaria, que no cesa. En el fondo, simple placer. Abstraerse con cualquier lectura frente al mar, cómodamente sentado en una silla, con una botella de agua fría a buen recaudo, es sinónimo de levitar, junto a los derviches giróvagos y los monjes tibetanos. A los primeros los vi en Estambul, admirando el éxtasis religioso de sus ceremonias, girando sin cesar en un viaje místico. A los segundos, los admiré en su hábitat, como distinguidos hombres que trascendían su propia naturaleza, que rebosaban conocimiento y armonía. Alguien me explicó que siempre estaban meditando y con frecuencia, dejaban atrás su forma corpórea y así, de forma no visible, se paseaban por los cielos.  Quién sabe, recuerdo sensaciones parecidas, siempre oníricas, en clases intensas de yoga, antes de su globalización en los gimnasios. A las 19,00 horas puedes elegir entre una clase de zumba, de spinning o de yoga. 

Todas las películas actuales me defraudan, en mayor o menor medida. La crítica cinematográfica ha perdido o bien su objetividad o bien el conocimiento fundado de la historia del cine para situarse con juicio fundado frente a la pantalla. Posiblemente ambas cosas. Así que recurro, como siempre, a los clásicos: Howard Hawks, John Ford, Cassavetes, Renoir, Truffaut, Rossellini, Pasolini, Antonioni y tantos otros. Las emociones hablan por sí mismas, al contemplar la escena final de Luces en la ciudad, de Chaplin. Las puertas que se cierran constantemente para John Wayne en Centauros del desierto, el amour fou que sufre Belmondo, obsesionado con esa Sirena del Mississippi. Los monólogos del coronel Kurtz, encarnado por Marlon Brando. El anciano que agoniza en Vivir, de Kurosawa. El rostro impenetrable del recientemente fallecido Alain Delon en El silencio de un hombre. No puede haber arte cinematográfico si sus imágenes no desbordan sentimientos, sensaciones, emociones. Esa materia con la que se han forjado los sueños de la humanidad. Así lo entendieron nuestros ancestros: la cueva de Chauvet-Pont-d'Arc, en el sureste de Francia, contiene algunas de las pinturas rupestres figurativas mejor conservadas del mundo, una obra de arte fastuosa. La sensibilidad, ligada a la especie humana desde sus orígenes, que insistimos en solapar a una violencia cada vez más socializada. Ayer, en la playa, un hombre con acento argentino, gritaba con todos sus pulmones al teléfono, ajeno al resto de personas que contemplaban ensimismadas el lirismo de la caída de la tarde. Triste cotidianeidad. 

Centenares de fotografías y docenas de vídeos son testigo de nuestro último viaje. Viajar es vivir, pero no vale cualquier viaje, ni cualquier lugar. Reencontrarse con la naturaleza desmedida en Islandia, es una experiencia que hay que vivir para concebir su significado, justo al lado de una cascada con un salto de 44 metros; sobre la superficie de un iceberg; sintiendo el latir de la tierra mientras se contemplan los géiseres, lanzando chorros de agua a 20 metros de altura. En esta dimensión, nos sentimos peregrinos del planeta tierra. Ya tuvimos estas sensaciones en Noruega. Esperamos en breve recuperarlas, visitando Groenlandia. Deberíamos tener en nuestras casas un gran mapamundi, para recordarnos a diario que el mundo, su naturaleza y sus personas, nos esperan. Y que valen infinitamente más que cualquier posesión material. La edad no es un obstáculo, nuestro cuerpo siempre puede dar de sí, si somos persistentes a diario, con rutinas de ejercicio físico. Como cantaba Rosa León, versionando una maravillosa canción de la inmortal Violeta Parra, vivamos los momentos, entregándonos a ellos y conservemos permanentemente la juventud: Lo que puede el sentimiento, No lo ha podido el saber, Ni el más claro proceder, Ni el más ancho pensamiento, Todo lo cambia el momento… Sentimientos y sensibilidad, que abren, de par en par, las puertas de la vida. Nos vemos esta tarde, al lado del mediterráneo, contemplando la luna llena de agosto.  

2 comentarios:

  1. Me he sentido completamente identificada con todos estos momentos que narras y comparto ese deseo de viajar y descubrir, de bañar mis sentidos. No dejes de escribir, tus textos son maravillosos.

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