Recordamos, en todas las cenas que hemos celebrado, los juguetes de la época, los tan añorados como necesarios tebeos que pasaban por nuestras manos, rellenando tantas horas de ocio, que se fundían en nuestra imaginación, moldeando sin que fuéramos conscientes, nuestra personalidad. La fantasía nos desbordaba y esas horas diarias de juegos en la calle, en aquellos tiempos el inmenso espacio socializador y a su vez el gran escenario, sin límites, para la aventura, posibilitaba adoptar el rol que nos fascinaba en aquellos momentos, derivado de la película de la tarde, de la lectura de un libro, de un tebeo... Así, vivíamos intensamente horas de aventuras sin fin. Éramos, por supuesto, Robin Hood, Ivanhoe, los tres mosqueteros, soldados de la Unión a caballo, pero también éramos Mowgli, Tom Sawyer y Huckleberry Finn, Jim Hawkins, el general Custer, el Capitán Trueno, el Jabato, el Guerrero del Antifaz, el Hombre Enmascarado, los Vengadores, los 4 Fantásticos, Batman y Superman...
Volvíamos a nuestras casas, generalmente al grito, desde las ventanas, de nuestras madres, siempre con magulladuras varias, en las rodillas, en los codos, pero inmensamente felices. Imposible no volver, cuando estamos los cuatro amigos juntos, a ese universo en el que reteníamos el tiempo en nuestras manos, mientras corríamos de una calle a otra. Esa maravillosa conjunción de momentos, moldeó nuestras infancias, convirtiéndonos después en hombres sensibles y soñadores constantes, con un sentimiento de amistad recíproca que desborda los sentimientos, convirtiendo nuestros encuentros periódicos en instantes siempre fecundos, donde reinterpretamos recuerdos, vivencias y el mismo curso penetrante de la vida. Alrededor de una mesa, de una buena cena, en la que nos sentimos de nuevo tan unidos como siempre lo hemos estado, porque hayamos estado o no en contacto, siempre nos hemos recordado; aunque los años transcurridos comiencen a ser muchos, porque en ellos nuestros rostros nunca se han diluido.
La vida es ese abanico incontable de emociones que marcan los momentos que siempre permanecen en nuestra conciencia, justo allí donde nuestra memoria sentimental los acoge y los mima, manteniéndolos vivos e intensos. Ellos nos han marcado el camino de baldosas amarillas que hemos seguido para construir nuestras vidas, en la que hemos buscado la felicidad de los días, de los momentos, con el mismo material con el que se forjan los sueños, que no es otro que la emotividad que ha guiado siempre nuestros pasos, desde que penetró, para quedarse, en nuestra infancia. Somos así de afortunados, los cuatro amigos, que hemos crecido sostenidos en las fibras sensibles de esa personalidad que comenzamos a construir en aquella década de los 60, tan lejana en el tiempo, tan arraigada en nuestro interior y que no ha dejado de guiarnos para tomar decisiones, durante todos estos años, desde la delicadeza de nuestros actos, desde la responsabilidad sensitiva, desde la apacible serenidad que nos ha hecho tomar esos caminos vitales con los que hemos escrito, día a día, nuestras vidas. Porque hemos sido, siempre, los niños que tuvimos la suerte de ser, en esa infancia plena y dichosa que vivimos juntos.
Mientras escribo, la brisa estival me acaricia y anticipa el final del verano. Las estaciones se sucederán, mientras el río de la vida seguirá su propio curso, pero siempre guiado por el timón que hemos elegido para construir, con ilusión y paciencia, todos los días de nuestras vidas, que sin duda, se seguirán cruzando en Málaga, en esos felices momentos compartidos con los que tanto disfrutamos. Tras cualquiera de ellos, como el de ayer, inevitablemente cierro los ojos y me desplazo, de nuevo, al barrio de nuestras infancias, sin parar de correr, con mi imaginación bullendo en la frescura del atardecer, mientras os busco, Fernando, José Antonio y Enrique, por las calles donde dejamos nuestras pisadas en aquellos años inolvidables. La aventura y el juego nos esperan a los cuatro amigos. Con suerte, el cine de verano con programa doble. Y desde luego, el bocadillo de mortadela de aceitunas. Qué suerte, que dicha, tener amigos como vosotros. Un abrazo, hasta el próximo reencuentro.