viernes, 5 de septiembre de 2025

En el camino


No han sido pocos mis paseos por los laberintos de los sentidos, en esos abundantes atardeceres en la playa, que he podido disfrutar durante este verano. Conscientemente o no, me he dejado llevar, cada tarde, por ese espectáculo visual donde el cielo se tiñe de naranjas, rojos y rosas, mientras el sol se hunde en el horizonte. La luz dorada se refleja en el agua, momento en el que es muy difícil evitar la tentación de un último baño, justo cuando el suave murmullo de las olas acompaña la escena y las nubes adquieren tonalidades cambiantes, creando una atmósfera mágica y serena que invita o bien a la reflexión sobre el día que termina o, quizás, con más frecuencia, a dejarse llevar por esa sinfonía de colores, esperando que nos descubran los caminos que nuestra propia imaginación nos invita a recorrer. 

En esos senderos que se bifurcan, he podido ver imágenes del pasado, pero también de un presente que nunca se detiene, anhelando convertirse en futuro. Non sufficit orbis, he exclamado en esas ocasiones, intentando congelar el momento, dando margen para explorar la construcción de la propia identidad, la memoria y los misterios del tiempo, abriendo brechas y líneas de fuga. Por una de estas últimas pude asomarme, no sin dificultad, para entrever una vereda prometedora, quizás la misma en la que en tantas ocasiones, me he dicho a mí mismo que debía transitar, pero que por una razón u otra, he postergado. Es el momento, no hay excusas... me he dicho a mí mismo, cuando mis pies se han decidido a pisar aquella tierra rojiza, que cubre, a modo de manto, aquella senda que desprende tiernas promesas. 

Y veo lo que esperaba ver: innumerables frascos, de delicado diseño, en los que se guardan recuerdos, amontonados, formando montañas, a ambos lados del camino. Pero mi único deseo es llegar al final del mismo, evitando ser absorbido por las tentadoras fragancias que desprenden todos esos promontorios abundantes de nostalgia. De repente, me topo con un arlequín, que surge inesperadamente de la nada: ... Soy Truffaldino, señor. Después de servir a dos amos, os puedo decir, sin temor a equivocarme, que la vida está trazada de rutas que no son rectilíneas, abundan las curvas, no pocos hoyos y a veces, incluso profundas fosas... Las caídas son inevitables, pero nos habituamos a ellas, mientras moldean nuestro destino...  Sus estridentes palabras finalizan con una reverencia, justo cuando pone en mis manos  una bella sparaxis, antes de desaparecer,  mientras resuenan sus últimas palabras: ... Señor, las piedras, olvidé mencionarlas. Las encontraréis a cada paso y es más sencillo buscar espacio entre ellas que sortearlas…

Sigo caminando, pausadamente. Una bella canción que recuerda que nunca hay que dejar morir la posibilidad, ameniza mis pasos. Otro encuentro me espera: sentando en una silla, al borde de la senda, el príncipe Myshkin me habla del poder redentor del amor, de la compasión... Recuerda, la belleza salvará al mundo... Esta sensible persona desprende, con su presencia, con sus palabras, perspicacia, compasión, sinceridad, franqueza, una ausencia absoluta de egocentrismo. Mi conciencia receptiva se abre ante el príncipe, al que no deseo interrumpir... No puedo soportar a toda esa gente ajetreada, agitada, eternamente preocupada, sombría e inquieta que va y viene, presurosa, a mi lado por las aceras. ¿Para qué, por qué, su constante tristeza, su constante alarma y agitación, su constante rencor sombrío?... Su mirada cristalina me sugiere una respuesta: ... Ojalá estuviéramos hechos del mismo material con el que se forjan los sueños, pero me temo que no es así... Le entrego la sparaxis que me regaló el arlequín y con una sonrisa, Myshkin se disipa, lentamente, de mi vista, mientras su dedo índice señala el camino serpenteante que debo seguir recorriendo, a pesar de la bella goleta que, de repente, obstruye el mismo, cuyos tres mástiles se alzan imponentes.

...  Porque el sueño más real es aquel más distante de la realidad, aquel que vuela solo, sin necesidad de velas ni de viento... El aspecto de Corto Maltés, cuando baja del barco, acentúa sus palabras: viste predominantemente a la moda marinera, con un abrigo negro largo de color azul marino, pantalones blancos anchos, un chaleco rojo claro, camisa blanca con el cuello subido y una corbata negra fina; su rostro queda parcialmente tapado por un sombrero blanco de marinero con visera. Un perfecto actor que se interpreta a sí mismo. El marino que ha hecho de la aventura una forma de existencia, me muestra la palma de su mano, en la que un día alargó, con una navaja, la línea de la vida... Existen tesoros fastuosos, aunque no hay forma de encontrarlos, porque unos diablos burlones lo esconden en los laberintos de nuestras preguntas y respuestas… Pero no aspiro a encontrarlos, solo deseo volver a casa, cada día, sin la tristeza, volver a casa sin la pesada carga, volver a casa  desprovisto de disfraces...  

Fascinado por el más famoso aventurero del siglo XX, pienso que cualquier persona querría ser como él, pero los más idealistas, prisioneros de nosotros mismos, elegimos soñar, antes que timonear. Corto parece leer mis pensamientos: ... Es preciso navegar, a diario, incluso a lugares que ya existen en nuestra imaginación, sabiendo que en cada parada nos aguardan un amigo leal, una aventura y unos desheredados con los que compartirla... No me da opción a embarcarme con él, tal es mi deseo, simplemente vuelve a la goleta, que se iza del suelo, haciéndose invisible, mientras me llegan sus últimas palabras: … Las respuestas quizás las encuentres en esa gruta, que marca el fin de tu camino... 

En efecto, el camino finaliza justo en la entrada de una caverna, en la que me adentro sin pensar, expectante por descubrir los secretos de su interior, que descubro en forma de estalagmitas, estalactitas y columnas, que aparecen entremezcladas en el suelo, unas sobre otras. Una dulce voz surge a mis espaldas: ... La Eternidad, decimos, está allá, como si fuera un lugar. Sin embargo, está tan cerca…Me acompaña en mi paseo, comparte conmigo su hogar; no tengo ninguna amiga tan fiel como esta Eternidad.... Emily Dickinson se baña, desnuda, en una fosa en la que se reflejan varios arcoíris, regalándome sus poemas y su sonrisa. No sueño con la eternidad… le respondo,…pero sí creo en que hay momentos eternos. Pero como ciegos, los apartamos de nuestros caminos, a golpe de bastón. Preferimos lo efímero, porque nos permite comenzar de nuevo, nos sentimos cómodos en los principios anticipándonos a su final. Como mortales, no concebimos lo imperecedero… Emily emerge lentamente del baño, mostrándome su cuerpo. Me abraza tiernamente y me susurra al oído un poema: … Cuando creas que no alcanzas lo deseado, piensa que tus pies se acercan cada día, por más que frente a ti, se alcen tres ríos y una colina por cruzar; incluso un desierto y un mar…Me ruega que, simplemente siga caminando, sorteando la madeja de calcitas, mientras otro de sus versos resuena con un eco repetido y las paredes los devuelve, ampliando sus susurros, que parecen besos: ...  A escasos metros, encontrarás la salida, justo donde una luz áurea aparece. Recuerda, cuando la veas: seremos felices si amamos la ternura... tu suerte será esto y la brillante ansia de sol y la belleza... 

Aquella luz me guía y me ciega. A tientas, sigo avanzando, sintiendo la brisa del mar, suspiros salados, que acarician mi piel, en dulces vaivenes. Abro los ojos y estoy sentado en mi silla, al lado de la orilla del mediterráneo, justo cuando la luz dorada baña el horizonte, reflejada en el agua. El último baño del día me espera. Mis brazadas se fundirán con la gama cromática del cielo y del mar, al ponerse el sol. Soy parte del ciclo de la vida y el agua,  de ese océano que es símbolo de plenitud, fuerza vital y alegría. Corro hacia el agua, mientras grito ¡Carpe Diem

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