No han
sido pocos mis paseos por los laberintos de los sentidos, en esos abundantes
atardeceres en la playa, que he podido disfrutar durante este verano.
Conscientemente o no, me he dejado llevar, cada tarde, por ese espectáculo
visual donde el cielo se tiñe de naranjas, rojos y rosas, mientras el sol se
hunde en el horizonte. La luz dorada se refleja en el agua, momento en el que
es muy difícil evitar la tentación de un último baño, justo cuando el suave
murmullo de las olas acompaña la escena y las nubes adquieren tonalidades
cambiantes, creando una atmósfera mágica y serena que invita o bien a la
reflexión sobre el día que termina o, quizás, con más frecuencia, a dejarse
llevar por esa sinfonía de colores, esperando que nos descubran los caminos que
nuestra propia imaginación nos invita a recorrer.
En
esos senderos que se bifurcan, he podido ver imágenes del pasado, pero también
de un presente que nunca se detiene, anhelando convertirse en futuro. Non
sufficit orbis, he exclamado en esas ocasiones, intentando congelar el
momento, dando margen para explorar la construcción de la propia identidad, la
memoria y los misterios del tiempo, abriendo brechas y líneas de fuga. Por una
de estas últimas pude asomarme, no sin dificultad, para entrever una vereda
prometedora, quizás la misma en la que en tantas ocasiones, me he dicho a mí
mismo que debía transitar, pero que por una razón u otra, he postergado. Es
el momento, no hay excusas... me he dicho a mí mismo, cuando mis pies se
han decidido a pisar aquella tierra rojiza, que cubre, a modo de manto, aquella
senda que desprende tiernas promesas.
Y veo
lo que esperaba ver: innumerables frascos, de delicado diseño, en los que se
guardan recuerdos, amontonados, formando montañas, a ambos lados del camino.
Pero mi único deseo es llegar al final del mismo, evitando ser absorbido por
las tentadoras fragancias que desprenden todos esos promontorios abundantes de
nostalgia. De repente, me topo con un arlequín, que surge inesperadamente
de la nada: ... Soy Truffaldino, señor. Después de servir a dos amos,
os puedo decir, sin temor a equivocarme, que la vida está trazada de rutas que
no son rectilíneas, abundan las curvas, no pocos hoyos y a veces, incluso
profundas fosas... Las caídas son inevitables, pero nos habituamos a ellas,
mientras moldean nuestro destino... Sus estridentes palabras
finalizan con una reverencia, justo cuando pone en mis manos una bella sparaxis, antes de
desaparecer, mientras resuenan sus últimas palabras: ... Señor,
las piedras, olvidé mencionarlas. Las encontraréis a cada paso y es más
sencillo buscar espacio entre ellas que sortearlas…
Sigo
caminando, pausadamente. Una bella canción que recuerda que nunca hay que dejar
morir la posibilidad, ameniza mis pasos. Otro encuentro me espera: sentando en
una silla, al borde de la senda, el príncipe Myshkin me habla del poder
redentor del amor, de la compasión... Recuerda, la belleza salvará al
mundo... Esta sensible persona desprende, con su presencia, con sus
palabras, perspicacia, compasión, sinceridad, franqueza, una ausencia
absoluta de egocentrismo. Mi conciencia receptiva se abre ante el príncipe, al
que no deseo interrumpir... No puedo soportar a toda esa gente
ajetreada, agitada, eternamente preocupada, sombría e inquieta que va y viene,
presurosa, a mi lado por las aceras. ¿Para qué, por qué, su constante tristeza,
su constante alarma y agitación, su constante rencor sombrío?... Su
mirada cristalina me sugiere una respuesta: ... Ojalá estuviéramos
hechos del mismo material con el que se forjan los sueños, pero me temo que no
es así... Le entrego la sparaxis que me regaló el arlequín y con una
sonrisa, Myshkin se disipa, lentamente, de mi vista, mientras su dedo
índice señala el camino serpenteante que debo seguir recorriendo, a pesar de la
bella goleta que, de repente, obstruye el mismo, cuyos tres mástiles se alzan
imponentes.
... Porque
el sueño más real es aquel más distante de la realidad, aquel que vuela solo,
sin necesidad de velas ni de viento... El aspecto de Corto Maltés,
cuando baja del barco, acentúa sus palabras: viste predominantemente a la moda
marinera, con un abrigo negro largo de color azul marino, pantalones blancos
anchos, un chaleco rojo claro, camisa blanca con el cuello subido y una corbata
negra fina; su rostro queda parcialmente tapado por un sombrero blanco de marinero
con visera. Un perfecto actor que se interpreta a sí mismo. El marino que ha
hecho de la aventura una forma de existencia, me muestra la palma de su mano,
en la que un día alargó, con una navaja, la línea de la vida... Existen
tesoros fastuosos, aunque no hay forma de encontrarlos, porque unos diablos
burlones lo esconden en los laberintos de nuestras preguntas y respuestas… Pero
no aspiro a encontrarlos, solo deseo volver a casa, cada día, sin la tristeza,
volver a casa sin la pesada carga, volver a casa desprovisto de
disfraces...
Fascinado
por el más famoso aventurero del siglo XX, pienso que cualquier persona querría
ser como él, pero los más idealistas, prisioneros de nosotros mismos, elegimos
soñar, antes que timonear. Corto parece leer mis pensamientos: ... Es
preciso navegar, a diario, incluso a lugares que ya existen en nuestra
imaginación, sabiendo que en cada parada nos aguardan un amigo leal, una aventura
y unos desheredados con los que compartirla... No me da opción a embarcarme
con él, tal es mi deseo, simplemente vuelve a la goleta, que se iza del
suelo, haciéndose invisible, mientras me llegan sus últimas palabras: …
Las respuestas quizás las encuentres en esa gruta, que marca el fin de tu
camino...
En
efecto, el camino finaliza justo en la entrada de una caverna, en la que me
adentro sin pensar, expectante por descubrir los secretos de su interior, que
descubro en forma de estalagmitas, estalactitas y columnas, que aparecen
entremezcladas en el suelo, unas sobre otras. Una dulce voz surge a mis
espaldas: ... La Eternidad, decimos, está allá, como si fuera un lugar.
Sin embargo, está tan cerca…Me acompaña en mi paseo, comparte conmigo su hogar;
no tengo ninguna amiga tan fiel como esta Eternidad.... Emily Dickinson se baña, desnuda, en
una fosa en la que se reflejan varios arcoíris, regalándome sus poemas y su
sonrisa. No sueño con la eternidad…
le respondo,…pero sí creo en que hay
momentos eternos. Pero como ciegos,
los apartamos de nuestros caminos, a golpe de bastón. Preferimos lo efímero, porque nos permite comenzar de nuevo, nos
sentimos cómodos en los principios anticipándonos a su final. Como mortales, no
concebimos lo imperecedero… Emily emerge lentamente del baño, mostrándome
su cuerpo. Me abraza tiernamente y me susurra al oído un poema: … Cuando creas que no alcanzas lo deseado,
piensa que tus pies se acercan cada día, por más que frente a ti, se alcen tres
ríos y una colina por cruzar; incluso un desierto y un mar…Me ruega que,
simplemente siga caminando, sorteando la madeja de calcitas, mientras otro de
sus versos resuena con un eco repetido y las paredes los devuelve, ampliando
sus susurros, que parecen besos: ... A escasos metros, encontrarás la
salida, justo donde una luz áurea aparece. Recuerda, cuando la veas: seremos
felices si amamos la ternura... tu suerte será esto y la brillante ansia
de sol y la belleza...
Aquella luz me guía y me ciega. A tientas, sigo avanzando, sintiendo la brisa del mar, suspiros salados, que acarician mi piel, en dulces vaivenes. Abro los ojos y estoy sentado en mi silla, al lado de la orilla del mediterráneo, justo cuando la luz dorada baña el horizonte, reflejada en el agua. El último baño del día me espera. Mis brazadas se fundirán con la gama cromática del cielo y del mar, al ponerse el sol. Soy parte del ciclo de la vida y el agua, de ese océano que es símbolo de plenitud, fuerza vital y alegría. Corro hacia el agua, mientras grito ¡Carpe Diem!