Detengo mis pasos, intento destensar las articulaciones y me recupero de una respiración a trompicones, cerrando los ojos. Acompaso los latidos matinales de mi corazón para con las extraordinarias vistas que el amanecer me brinda en esta mañana de abril, mientras pugno conmigo mismo, para alejar los rituales diarios de lo cotidiano, que a gritos, me reclaman su protagonismo. Abro los ojos y allí están las nubes, surcando la bóveda celeste. Decido, espontáneamente, desviarme de mi camino habitual y entregarme al azar: otras calles, otros rostros, por allí donde el destino no está escrito. Al menos, lo inesperado puede tener lugar, pienso, mientras tomo asiento en la terraza de una cafetería y me obsequio con un té verde, dejando que mi vista se extravíe junto a los transeúntes, una gran mayoría de ellos lanzando gritos al smartphone, reflejando dudas, dificultades, problemas. La frustración, motor de la humanidad, en esa búsqueda constante del objetivo de nuestras vidas, esa felicidad utópica, siempre efímera, persistentemente huidiza.
… Como la fina arena de una playa del mediterráneo, que se fuga de nuestra mano… Pienso en voz alta, mientras voy dejando atrás calles, plazas y lugares en mi paseo improvisado. Algunos versos acuden a mí, inesperadamente: … Si yo pudiera morder la tierra toda y sentirle el sabor, sería más feliz por un momento… escribió Pessoa. Inmediatamente, Neruda aparece en la pantalla de mi teléfono: ... Tú a mi lado en la arena eres arena, tú cantas y eres canto, el mundo es hoy mi alma, canto y arena, el mundo es hoy tu boca, dejadme en tu boca y en la arena ser feliz, ser feliz porque si, porque respiro y porque tú respiras, ser feliz porque toco tu rodilla y es como si tocara la piel azul del cielo y su frescura... La felicidad es, con suma frecuencia, sinónimo de amor, encontrarse, identificarse, con la otra persona. Pero también con la naturaleza en su plenitud, como escribió mi admirada Charlotte Brõnte: ... El Placer verdadero no se respira en la ciudad, Ni en los templos donde el Arte habita, Tampoco en palacios y torres donde la voz de la Grandeza se agita. No. Busca dónde la Alta Naturaleza sostiene su corte entre majestuosas arboledas, donde Ella desata todas sus riquezas, moviéndose en fresca belleza... Ciertamente, qué feliz soy cuando, con un buen calzado, con ropa adecuada y algunos víveres, estoy rodeado de montañas, de vegetación, con dirección a alguna cumbre que me espera. Una vez allí, cierro los ojos y me siento como un ciego frente al mar, escuchando los sonidos del viento, del agua, de las aves, que siempre parecen improvisar una sinfonía romántica, para que el que sabe escuchar. Y cuando deshago mis pasos, siempre recuerdo a Emily Dickson, animándonos a seguir adelante, ya que todos los inconvenientes lograrán resolverse con la sabiduría del tiempo: … El tiempo sigue adelante, con alegría lo digo a todos los que sufren ahora, ellos sobrevivirán. Hay un sol…
Ciertamente, todos somos felices sobreponiéndonos al propio tiempo y a ese río que nos lleva y con más frecuencia nos arrastra, el que representa la vida y las circunstancias que la moldean, el que nos baña a diario tanto de belleza, como de dificultades. Mi padre solía decir, con frecuencia, una frase parecida a la siguiente: … Qué bien te sientes cuando hoy has hecho lo que debías hacer, sin demorarte. Mañana aparecerán, posiblemente, hechos inesperados, pero hoy, por ahora, han finalizado. Disfrutemos del sillón y el bienestar… Aprendí de él, desde niño, que, en efecto, las responsabilidades se afrontan, siempre, incluso debemos adelantarnos a ellas para sentir esa paz interior que nos permite convivir con nosotros mismos y con los que nos rodean. Cuanto antes fuera a la tienda del barrio, a por los “mandados” de la época, que recitaba como un loro por el camino (… un cuarto de mortadela, tres barras de pan, un kilo de chuletas cortadas “finas”…), antes podría irme a jugar a la calle durante toda la tarde, ese tiempo infinito para un niño, abundante de tiernas promesas. Sabiduría incuestionable, como aquella que se desprendía del almuerzo y la siesta, según uno de mis abuelos: … Un buen potaje con tagarninas y una buena siesta con una cálida manta por encima, no se puede pedir más a la vida… Carpe Diem, ante la fugacidad del tiempo. Justo lo que expresaba Walt Whitman: … No dejes que termine el día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños…
Prosigo mi paseo hasta que las gotas de lluvia irrumpen, imperceptiblemente, acariciando mi ropa, sugiriéndome buscar el refugio cálido de mi casa, como etapa final de la mañana. Y obedezco con diligencia, mi familia me espera, compartiremos un maravilloso almuerzo y moldearemos la tarde, como en la infancia, para extraer de ella ese placer primigenio de estar con nosotros mismos y nuestras propias circunstancias. La felicidad es subirse a una montaña rusa, desbordante de contradicciones, de las que somos reflejo al mostrarnos ambivalentemente alegres, pero también tristes, somos leales, pero traidores, ásperos y tiernos a la vez. Caminamos por la cuerda floja sin red, es indudable, pero cuanto más seguros nos deslizamos por ella, gracias a la experiencia, curtidos por la propia vida, menos riesgo tendremos de caernos. Dejémonos arrastrar hacia abajo, hacia arriba, disfrutando de ello y sin dejar de ser quiénes somos, seres que, en vez de pensar en la felicidad, disfrutemos de la misma. Antes de llegar a mi casa, aún tengo tiempo de recrearme en un famoso poema de Benedetti:
Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de Dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar y también de la alegría