domingo, 11 de mayo de 2025

En el tren


Refugiado en mi asiento, me abandono al inevitable duermevela de los viajes en tren, mecidos mis sentidos por la fuerte lluvia que emborrona esos paisajes que aparecen y desaparecen, fugazmente, en la ventana. Me despierto para contemplar, con fascinación, un arcoíris que ilumina el cielo, durante unos instantes. Sin principio ni final, en uno de sus idealizados extremos dicen que se esconde una olla llena de oro, pero sobre todo, el arcoíris simboliza el puente entre el cielo y la tierra. Esta alegre paleta de colores conecta lo terrenal con lo divino, quizás la propia existencia con otro territorio, sin duda onírico e idealizado, que surge en nuestra propia imaginación, justo allí donde los pájaros azules alzan el vuelo, como cantaba Dorothy en la famosa película El mago de Oz. El único sitio donde los problemas se derriten como los caramelos de limón... 

Y entonces escucho a alguien, tras de mí: ... Yo soy Abayomi, que significa el que trae alegría, príncipe de Kunene, en la bella Namibia. Mis súbditos forman el pueblo himba, dedicados a la tierra y el pastoreo. Los himba solo visten taparrabos, si bien adornan sus cuerpos con collares y brazaletes; en el caso de nuestras atractivas mujeres, además, untan sus cuerpos de una mezcla de ocre, hierbas y manteca para protegerse del sol. Nuestro único dios es Mukuru, que bendice, cada día, nuestras cosechas...  Y sí, mi nostalgia es abismal. Ninguna mujer del mundo puede rivalizar con la belleza de las mujeres himba, así como cualquier puesta de sol nunca estará a la altura de ese momento mágico en Namibia, mientras hombres y mujeres danzan al unísono, entonando canciones de nuestros antepasados.... 

Cuando las palabras de Abayomi menguan, otra voz, esta vez de mujer, emerge, desde las primeras filas del vagón: ... Yo me llamo Kavya, que se puede traducir como “poema” o “poesía en movimiento”. Nací en Patna, la capital de Bihar, uno de los estados más pobres de la India. A pesar de la miseria que marcó mi vida, qué maravilloso era disfrutar de un baño en los ríos como el Ganges, el Kosi, el Son o el Bagmati, que riegan cada día Patma, mientras daba buena cuenta de una samosa, si acaso tenía la suerte de que cayera alguna entre mis manos. Recuerdo aquellas empanadillas fritas con rellenos diversos, como patata y guisantes, como si fuera ayer, tan intenso era su sabor. En uno de aquellos baños, junto a otras chicas, conocí a Ghiyath, aquel que socorre al que lo necesita, alto, sonriente, seguro de sí mismo. Sus ojos marrones, casi negros, atravesaron una tarde los míos...  En el oro del crepúsculo, siempre silencioso y pensativo, me encontré con él. Y una mañana lluviosa, en un patio de sillares ensalitrados y húmedos, rojos y recién lavados por el monzón, nos despedimos, lanzándonos promesas de volver a unir nuestros destinos. Él vendrá a buscarme, cualquier día, quizás en una mañana de primavera, en la que tocará mi hombro y al volverme sentiré, de nuevo, sus fuertes brazos,  la mirada acogedora de sus ojos... 

Es el turno de Ming, sentado justo delante de mí: ... No, no quiero hablar de la miseria china. Para  alguien que, como yo, ha vivido en regiones rurales del oeste y centro del país, como las provincias de Gansú, Ningxia y Guizhou, la pobreza es inherente a la propia vida. En esta última, nací y pasé gran parte de mi vida, sufriendo desde pequeño la desertización y la persistente escasez de agua. Siendo un niño, recorría varios kilómetros desde mi casa hasta las montañas fronterizas de Guangxi y Hunan, en las que era posible encontrar pequeños arroyos de agua drenados desde las zonas más altas. Una vez llenos mis dos cubos, los situaba en los extremos de mi pinga, un largo palo que cargaba sobre mis hombros y deshacía la distancia hasta mi casa. Podía invertir en ello todo un día, pero los rostros felices de mis padres y hermanos, cuando me veían llegar, deshacían el dolor de mis maltrechas articulaciones. El agua era vida. Durante varios días, éramos inmensamente dichosos, deleitándonos con platos a base de arroz, fideos, verduras y legumbres que preparaba mi madre. El pescado y la carne nos resultaban inaccesibles, pero nunca, en todos aquellos años, pensé en ello. Éramos, a nuestro modo, felices, simplemente porque nos teníamos los unos a los otros. El día que dejé atrás mi hogar, las montañas, lloré sin parar, con el débil consuelo de que quizás, con suerte, lograría vencer a la pobreza extrema. Pero todo son quimeras: si en Guizhou era un miserable rodeado de montañas, aquí soy un pobre, rodeado de asfalto. ¿Qué habrá sido de mi prima, la hermosa Li-Mei, que significa hermosa flor de ciruelo, con su maravilloso rostro ovalado, un mentón puntiagudo y estrecho, labios carnosos...?. No hay día que no piense en ella...

Y por último, irrumpe la voz de Alexis, algo lejana, quizás desde otro vagón: ... Muchos cubanos vivimos en condiciones precarias, con acceso limitado a vivienda, agua potable y servicios de salud. Los más afortunados tienen tierra que cultivar y algunos de ellos, pocos, algunos animales que les posibilitan el autoabastecimiento. El resto, vagamos de aquí para allá, en busca de algún trabajo, por miserable que sea, que nos proporcione algunos pesos, lo mínimo para poder echarnos algo a la boca, cada día. Y si no hay trabajo alguno, nos vestimos con la ropa más decente que tengamos y nos dejamos ver, sin disimulos, entre las turistas de La Habana, con la vana esperanza de que alguna de ellas se interese por alguno de nosotros, mientras potenciamos y exageramos esas características que se atribuyen al pueblo cubano: alegría, expresividad, vivacidad, confianza, sentido del humor. El sueño de muchos cubanos pobres: casarse con una extranjera, más allá de su físico, de su edad. Pero nunca estuvo entre mis objetivos: una mujer cubana que te quiera es lo mejor que a un hombre le puede pasar en su vida. Es imposible que la mujer cubana pierda la gracia que la hace sobresalir entre las de otras latitudes. Ella encanta, deslumbra, brilla con luz propia, Sale a “guerrear” el día a día, lo mismo desde una escuela, un hospital, una fábrica, un campo, una pista de entrenamiento, un salón de ballet, una oficina, incluso el ejército… Ninguna conoce la palabra rendición porque por sus venas corre sangre de nuestra tierra. Como las echo de menos. No, no hay mujeres como ellas… 

Una voz en off anuncia el fin del viaje. Todos los pasajeros nos ponemos de pie, suspirando por bajar a la estación, entre maletas que emergen de todos los sitios y colapsan el pasillo. Cuando al fin mis pies tocan tierra, intento identificar a esos héroes que me han acompañado durante el viaje. Abayomi, el príncipe de Kunene, es un chico joven de dos metros que camina con orgullo entre la multitud y que cruza una mirada cómplice con la bella Kavya, cuyos pies parecen no tocar el suelo, deslizándose entre los transeúntes. Ming, por su parte, es un hombre fornido, cuyos pasos transmiten una firme determinación, dispuesto a enfrentarse a su destino. Alexis pasa por mi lado, sonriente, destacándose entre el gentío por su manera de andar, de moverse, su cuerpo es una orquesta musical. Así, la estación se vacía en minutos y la llovizna irrumpe de nuevo. Me pongo a andar, anhelando llegar cuanto antes a mi casa, situada justo al final del arcoíris… 



sábado, 19 de abril de 2025

Defender la alegría


Detengo mis pasos, intento destensar las articulaciones y me recupero de una respiración a trompicones, cerrando los ojos. Acompaso los latidos matinales de mi corazón para con las extraordinarias vistas que el amanecer me brinda en esta mañana de abril, mientras pugno conmigo mismo, para alejar los rituales diarios de lo cotidiano, que a gritos, me reclaman su protagonismo. Abro los ojos y allí están las nubes, surcando la bóveda celeste. Decido, espontáneamente, desviarme de mi camino habitual y entregarme al azar: otras calles, otros rostros, por allí donde el destino no está escrito. Al menos, lo inesperado puede tener lugar, pienso, mientras tomo asiento en la terraza de una cafetería y me obsequio con un té verde, dejando que mi vista se extravíe junto a los transeúntes, una gran mayoría de ellos lanzando gritos al smartphone, reflejando dudas, dificultades, problemas. La frustración, motor de la humanidad, en esa búsqueda constante del objetivo de nuestras vidas, esa felicidad utópica, siempre efímera, persistentemente huidiza.  

Como la fina arena de una playa del mediterráneo, que se fuga de nuestra mano…  Pienso en voz alta, mientras voy dejando atrás calles, plazas y lugares en mi paseo improvisado. Algunos versos acuden a mí, inesperadamente: … Si yo pudiera morder la tierra toda y sentirle el sabor, sería más feliz por un momento… escribió Pessoa. Inmediatamente, Neruda aparece en la pantalla de mi teléfono: ... Tú a mi lado en la arena eres arena, tú cantas y eres canto, el mundo es hoy mi alma, canto y arena, el mundo es hoy tu boca, dejadme en tu boca y en la arena ser feliz, ser feliz porque si, porque respiro y porque tú respiras, ser feliz porque toco tu rodilla y es como si tocara la piel azul del cielo y su frescura... La felicidad es, con suma frecuencia, sinónimo de amor, encontrarse, identificarse, con la otra persona. Pero también con la naturaleza en su plenitud, como escribió mi admirada Charlotte Brõnte: ... El Placer verdadero no se respira en la ciudad, Ni en los templos donde el Arte habita, Tampoco en palacios y torres donde la voz de la Grandeza se agita. No. Busca dónde la Alta Naturaleza sostiene su corte entre majestuosas arboledas, donde Ella desata todas sus riquezas, moviéndose en fresca belleza...  Ciertamente, qué feliz soy cuando, con un buen calzado, con ropa adecuada y algunos víveres, estoy rodeado de montañas, de vegetación, con dirección a alguna cumbre que me espera. Una vez allí, cierro los ojos y me siento como un ciego frente al mar, escuchando los sonidos del viento, del agua, de las aves, que siempre parecen improvisar una sinfonía romántica, para que el que sabe escuchar. Y cuando deshago mis pasos, siempre recuerdo a Emily Dickson, animándonos a seguir adelante, ya que todos los inconvenientes lograrán resolverse con la sabiduría del tiempo: … El tiempo sigue adelante, con alegría lo digo a todos los que sufren ahora, ellos sobrevivirán. Hay un sol…  

Ciertamente, todos somos felices sobreponiéndonos al propio tiempo y a ese río que nos lleva y con más frecuencia nos arrastra, el que representa la vida y las circunstancias que la moldean, el que nos baña a diario tanto de belleza, como de dificultades. Mi padre solía decir, con frecuencia, una frase parecida a la siguiente: … Qué bien te sientes cuando hoy has hecho lo que debías hacer, sin demorarte. Mañana aparecerán, posiblemente, hechos inesperados, pero hoy, por ahora, han finalizado. Disfrutemos del sillón y el bienestar… Aprendí de él, desde niño, que, en efecto, las responsabilidades se afrontan, siempre, incluso debemos adelantarnos a ellas para sentir esa paz interior que nos permite convivir con nosotros mismos y con los que nos rodean. Cuanto antes fuera a la tienda del barrio, a por los “mandados” de la época, que recitaba como un loro por el camino (… un cuarto de mortadela, tres barras de pan, un kilo de chuletas cortadas “finas”…), antes podría irme a jugar a la calle durante toda la tarde, ese tiempo infinito para un niño, abundante de tiernas promesas. Sabiduría incuestionable, como aquella que se desprendía del almuerzo y la siesta, según uno de mis abuelos: … Un buen potaje con tagarninas y una buena siesta con una cálida manta por encima, no se puede pedir más a la vida… Carpe Diem, ante la fugacidad del tiempo. Justo lo que expresaba Walt Whitman: … No dejes que termine el día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños… 

Prosigo mi paseo hasta que las gotas de lluvia irrumpen, imperceptiblemente, acariciando mi ropa, sugiriéndome buscar el refugio cálido de mi casa, como etapa final de la mañana. Y obedezco con diligencia, mi familia me espera, compartiremos un maravilloso almuerzo y moldearemos la tarde, como en la infancia, para extraer de ella ese placer primigenio de estar con nosotros mismos y nuestras propias circunstancias. La felicidad es subirse a una montaña rusa, desbordante de contradicciones, de las que somos reflejo al mostrarnos ambivalentemente alegres, pero también tristes, somos leales, pero traidores, ásperos y tiernos a la vez. Caminamos por la cuerda floja sin red, es indudable, pero cuanto más seguros nos deslizamos por ella, gracias a la experiencia, curtidos por la propia vida, menos riesgo tendremos de caernos. Dejémonos arrastrar hacia abajo, hacia arriba, disfrutando de ello y sin dejar de ser quiénes somos, seres que, en vez de pensar en la felicidad, disfrutemos de la misma. Antes de llegar a mi casa, aún tengo tiempo de recrearme en un famoso poema de Benedetti: 

Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de Dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar y también de la alegría


En el tren

Refugiado en mi asiento, me abandono al inevitable duermevela de los viajes en tren, mecidos mis sentidos por la fuerte lluvia que emborrona...