domingo, 3 de septiembre de 2023

¡Son mis amigos...!


Nuevo encuentro de amigos de la infancia, nuevas emociones que renacen y se instalan dentro de nosotros, mientras recobran vida tantos recuerdos compartidos de aquellos años en los que comenzábamos a ser nosotros mismos. El día a día de mediados de la década de los sesenta moldeaba nuestra personalidad, en esos tiempos en los que la socialización constante, en el territorio lleno de promesas que era la calle, nos hacía interactuar, unos con otros, sin descanso, en aquellas tardes, tras finalizar el colegio, que parecían eternas. Compartíamos momentos abundantes en juguetes, tebeos, experiencias y sobre todo, imaginación. Bastaba un motocarro abandonado, uno de mis tantos recuerdos intensos, para iniciar una aventura conjunta, en la que se ubicaba cualquier dimensión que surgiera de nuestras fantasías, inmediatamente convergentes hacia la aventura imaginada.

Corríamos infatigablemente: de una calle a otra, de una casa a otra, recorriendo todos los escenarios posibles de nuestro barrio. Recuperábamos fuerzas con aquellos bocadillos inmensos, que caracterizaban nuestras meriendas, mientras se sucedían los rostros, las situaciones y los escenarios. El juego y la amistad eran el motor de nuestras vidas y si bien no éramos conscientes, también de nuestro aprendizaje. Lo poco que teníamos, esos juguetes y tebeos de la época, que hemos recordado con sentida nostalgia, hoy objeto de coleccionismo al alza, se compartían, en esa socialización constante y desprejuiciada que caracterizaba a aquella infancia lejana. Cualquier niño representaba un universo para investigar: la amistad surgía de forma inmediata, abriéndose nuevas puertas en ese microcosmos que explorábamos felizmente, minuto a minuto, que duraba justo hasta ese momento en el que nuestras madres comenzaban a llamarnos desde las ventanas: la jornada acababa, pero continuaría, con nuevos bríos, renovadas las fuerzas (si bien nunca nos cansábamos, nuestra energía era inagotable), hasta el día siguiente.

Hemos recordado los cines o terrazas de verano, que tanto abundaban en Málaga capital, especialmente el de nuestro barrio. En esas sillas de metal, con provisiones abundantes, disfrutábamos de aquellos programas dobles, reconfortados por la brisa nocturna de las noches estivales, que transportaba el intenso aroma de las flores del galán de noche. Las películas siempre iban aligeradas de metraje, circunstancia que era objeto de abucheo general (“gafas”, “corte”, gritábamos el público, al unísono), como parte de aquel ritual que se prolongaba durante más de tres horas. Volvíamos tan felices como somnolientos a nuestras casas, deseando encontrarnos con las sábanas de nuestras camas, de entregarnos en los brazos de Morfeo, esperando que el día siguiente nos regalara una intensa jornada de playa. Si ello ocurría, yo podía estar horas y horas sin salir del agua, dimensión que exploraba con mi tubo y gafas de submarinista, en aquellos años en los que, utilizando un simple rastrillo sacadera, se recolectaban almejas en la misma orilla. Tengo un recuerdo intenso de mi padre, en la zona de las rocas, pescando centollos, muy abundantes y con suerte, algún pulpo. Y de aquellas tortillas de patatas y los filetes empanados que preparaba mi madre que, literalmente, devorábamos, mientras contemplábamos, entre la hilera de sandías semi enterradas en la orilla, la nuestra, siempre la más grande de todas.

Qué sencilla, la vida, en aquellos años. Y qué intensa. Somos quiénes somos, en parte, gracias a esa infancia plena. Si cierro los ojos, me veo corriendo, como una centella, por las calles. Sé que al volver la esquina, me voy a encontrar con Fernando (al que era imposible alcanzar, era el que corría más rápido, en el barrio). Que los dos nos dirigiremos a las casas de José Antonio y Enrique. Y que enseguida, estaremos los cuatro compartiendo aventuras y sobre todo, amistad, sin temor a las múltiples heridas de guerra, sobre todo en las rodillas. Para eso estaba la mercromina (“el colorao”, que se decía entonces). Si vuelvo a cerrarlos, puedo ver, incluso tocar, todos aquellos juguetes de nuestras vidas: Madelman, Exin Castillos, Comansi… y cuando los abro, compruebo y esto es lo más importante, que seguís siendo esas maravillosas personas que siempre habéis sido.

Qué gran privilegio tener amigos como vosotros. Un abrazo a los tres, hasta el próximo encuentro.



2 comentarios:

  1. Maravillosas palabras que reflejan el sentir de un periodo de nuestra vida que nos formó, nos forjó y determinó gran parte de lo que somos. Y un camino vital que nos ha vuelto a unir tras tantos años. Muchas gracias, amigo

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    1. Un fuerte abrazo!!! Hasta nuestro próximo encuentro y que mientras llegue, la vida nos siga sonriendo, ampliamente.

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