sábado, 5 de marzo de 2022

Hipnos


Llegué exhausto, sorteando la lluvia, hasta aquella puerta que tantas veces había visto en mis sueños, tras decidir que tenia que ser real y que no regatearía en esfuerzos hasta localizarla. Al fin, tras años de búsqueda, las yemas de mis dedos se deslizaron por aquella madera desgastada por el tiempo, pero firme aún para sus propositos: impedirme el acceso a aquella mansión, a sus secretos, que parecían guardados celosamente, anhelando el olvido, tal era el aspecto que presentaban aquellos muros, devorados por los años. 

El sonido de la mohosa aldaba retumbó con solenmidad, interrumpido por un chirrido interminable que emitían los goznes de aquella puerta que se abría lentamente. Me quedé paralizado ante aquellla luz cegadora en la que se recortó la silueta de una mujer cuyos rasgos no pude distinguir hasta transcurridos unos minutos que me parecieron siglos, tales eran las emociones encontradas que bullían en mi interior. Aquel bello rostro, que parecía surgir de los lienzos más idealizados de pintores del romanticismo, auscultaba mis pensamientos desde aquellos ojos negros que parecían concentrar la esencia de toda la  sabiduría universal. Tras ellos, contemplé el mundo antiguo y la arena infinita del desierto, como escenario de batallas encarnizadas, pero también sentí la sensualidad de un cuerpo perfecto sumergiéndose en aguas cristalinas. Así me debatí, entre intensas sensaciones de sexo y violencia, como si estuviera obligado a elegir, entre ambas. 

Traspasé el umbral, siguiendo a la diosa que guiaba mis pasos hacia mi destino incierto, en aquel laberinto infinito de candelabros y estancias polvorientas: no sabía, con certeza, cuáles eran mis preguntas, pero anhelaba encontrar todas las respuestas, que quizás se encontraban al final de aquel pasillo interminable que ambos recorríamos y que nos condujo hasta un decrépito salón en cuyo interior reinaba la penumbra. A una señal de la mujer, que desapareció de repente, me detuve, agudizando mi vista, mis oídos, ansiando comprender, ante aquella incertidumbre en la que mi propia existencia parecía debatirse: deseaba correr, escapar de aquella podredumbre en la que la vida parecía estar condenada, pero al mismo tiempo todos mis sentidos, que surgían a borbotones desde el fondo de mi atormentada consciencia, me ordenaban, a gritos, lo contrario. 

-... Has tardado en llegar, más de lo que hubiera podido imaginar... pero comprendo que la duda forma parte de esa naturaleza, tan singular, de los mortales... - Desde algún punto indeterminado y completamente a oscuras de aquella habitación, aquella voz grave retumbó entre sus muros y sentí que estos se tambaleaban. Transcurridos unos instantes eternos, al resplandor ínfimo como surgido de una cerilla se unieron centenares, miles de ellas. Al fin pude ver a Hipnos, desnudo y ceremonioso, sentado en aquel trono de piedra, tocado de aquellas alas que nacían de su síen, tan amenazante en su aspecto como amable con su mirada, que yo era incapaz de sostener. Cerca de él, una majestuosa mesa mostraba sus atributos: un cuerno  y un ramo de amapolas -  ... En esta palacio oscuro, el sol nunca brilla, la oscuridad es la compañía de los que aquí habitamos y los que, como tú, me visitan. Deberás ahora escoger, sin más dilación: dentro del cuerno, el opio con el que dormirás eternamente. Si optas por una de las amapolas, accederás al olvido... 

Hipnos me condenaba, de una manera u otra, a ser su prisionaro, a perpetuidad, esclavo de sus mil hijos. Recorde la mirada intensa de aquella a la que ya podía poner nombre: Pasítea, la mujer de aquel que representaba el sueño, de perfectas facciones, reflejando intensamente aquellas sensaciones de sexo y muerte. Si los dioses reflejaban pasiones tan humanas, ningún hombre podría jamás dejarlas atrás, pensé, mientras Morfeo, el más celebrado hijo de Hipnos y su principal ayudante, aparecía al lado de aquella mesa en las que descansaban las ofrendas de su padre. Su voz era melodiosa, afable: ... Debes elegir, mortal, entre estos vastos dominios sin aurora, justo ahora, donde tu nombre dejará al cuerpo que se le designó en brazos de los siglos, aqui, donde habita el olvido... 

Avancé hacia la mesa y desprendí una amapola de aquel ramo en el que el rocío se deslizaba entre aquellos tonos escarlatas intensos. Con mimo, coloqué la flor en un hojal de mi camisa y esperé a que la desmemoria me cubriera, con su manto, mientras me repetía sin cesar, a mí mismo, que allá donde se cierna la amnesia, siempre quedará el deseo. ... No me desvaneceré en las brumas del olvido, mientras la pasión siga recorriendo mis poros... expuse con calma a Hipnos y su hijo, cuando las tinieblas comenzaban a rodearme y me adentraba en aquella inmensa, ardiente oscuridad, que por momentos me parecía acogedora. Mi identidad se había borrado, mi memoria, todos mis recuerdos. Así, bastaba con dejarme arrastrar hacia aquellas sombras, sintiéndome como un náufrago esperanzado al divisar tierra firme en una de sus brazadas, pero algo en mi interior lo impedía: yo era más que la suma de la evocaciones desvanecidas de mis días, de mis años, que ya nunca podría recordar. 

Dentro de mí, convertido en un hombre sin rostro, rugían mi necesidades de amor, de ternura, de sensibilidad. Me aferré a mis emociones, a la euforia, la excitación, la risa, la satisfacción y la instisfacción que clamaban dentro de mi porque al elegir el olvido, nunca habían sido satisfechas.  Construí un crisol con todas ellas y añadí otros muchos sentimientos, como la ternura y la sexualidad, la alegría y la pena, la ansiedad y el alivio, el altruismo y los celos, la felicidad y la infelicidad, el éxtasis y el vacío, ansiedad o desesperanza. Si los sueños me habían llevado hasta los territorios de Hipnos y al olvido, mis pasiones, formando una ola de fuerza desmedida,  me sacarían de allí: la oscuridad comenzó, muy lentamente, a difuminarse, junto a las las tinieblas y de repente, desperté. 

Una habitación, una cama en la que no estaba solo: a mi lado, una mujer con los rasgos de Pasítea, que me sonreía con dulzura. Desde la ventana, una ciudad desconocida. Y en el espejo, unas facciones inéditas, las de mi rostro. ¿Cómo se construye una existencia?, me preguntaba. No tenia recuerdos que me sirvieran de guía, pero de nuevo, mis sentimientos, serían mi brújula. En mi nueva vida, mis primeros besos, la primera vez que hacía el amor, era junto a Pasítea. Cerré los ojos, en sus brazos. 

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